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EL NUEVO MODO

Unidad nacional (VI)

La unidad nacional debe tener vocación de transformación. Es una propuesta que llega como anillo al dedo, en el momento en el cual diversos sectores, voceros de prestigio y relacionados con la política democrática venezolana plantean la necesidad de un cambio sustancial en el modo de avanzarla.

La unidad nacional debe tener vocación de transformación. Es una propuesta que llega como anillo al dedo, en el momento en el cual diversos sectores,  voceros de prestigio y relacionados con la política democrática venezolana plantean la necesidad de un cambio sustancial en el modo de avanzarla. Claro que junto con otros sectores, incluida su dirección política, con posiciones a favor del statu quo. Declaramos que compartimos la posición de cambio: la política democrática venezolana debe ser relanzada.

Porque sucede que las estructuras y dirigencia actuales se resisten, incluso a la evaluación, después de dos derrotas electorales, otra potencial en mayo y una situación muy especial, por una eventual nueva elección presidencial, en medio de un entorno conformado por riesgos diversos. La mención, más bien anecdótica, la hacemos, no por el interés en sí misma, a los fines de este artículo, sino por la evaluación de su impacto político de largo plazo sobre la política democrática venezolana y el intento de definición de bases conceptuales para el avance de ciclos largos de transición a la democracia; claro que con su uso en el día a día de la política.

Lo que podríamos llamar la fase MUD de la unidad nacional venezolana (actual Mesa de la Unidad Democrática) debe ceder paso a una superior, en la cual, con el reconocimiento de sus logros, pero también de sus limitaciones, se superen las barreras a la entrada de la ciudadanía politizada toda, en los órganos y niveles de dirección política. Lo digo claro: no estamos hablando de los varios grupos de trabajo, de muchos profesionales y voluntarios de cualquier naturaleza, que participaron en los equipos de formulación programática. ¡No! Estamos hablando de tareas y responsabilidades decisionales, en condición de igualdad con el mundo partidista. De lo que hablamos es de una medular ampliación sectorial del nivel directivo. Ahí tenemos una primera transformación a considerar.

De inmediato, la primera atribución de esa dirección ampliada debe ser la reformulación y el relanzamiento de la política, de cuya necesidad estamos convencidos, frente al infecundo electoralismo imperante desde el 2006. El electoralismo; el marketing político; los encuestadores y opinadores profesionales; los media “políticos”; los proveedores de hardware, software y “know-how” electoral; la explotación impolítica del carisma (todos, fuentes de un gran negocio electoral de algunos) y otros recursos imperantes deben ser subsumidos en un manejo explícitamente político, con firme apoyo en una acción social y cultural fuerte. Información y opinión sobre la naturaleza, características y efectos del régimen, control social de clientelas (para lo cual, las de los gobiernos estadales y locales opositores) y la contención, la denuncia, los reclamos y la lucha son, como tanto hemos referido, instrumentos clásicos de la política frente a totalitarismos no competitivos, como el castro-chavista. Es ésta una segunda transformación.

También la normativa de la MUD tiene que ser revisada. El poder de monopolio y las múltiples barreras a la entrada, deslizadas por los partidos, deben ser modificados, a favor de estructuras y procesos que respondan más a la sociedad que a ellos mismos. Por ejemplo: los feudos estadales en la política democrática deberían ser proscritos. Las normas que niegan la capacidad de competencia a los independientes o emergentes deben ser revisadas. Cito de nuevo el viejo aserto para el manejo de sistemas complejos: solo la complejidad abarca la complejidad. Concebir la política solo desde los partidos deja por fuera un inmenso potencial de nuevos liderazgos. Hay aquí una tercera transformación aconsejable.

La ampliación de la dirección política, una nueva normativa y la imperiosidad de cambiar deberían permitir mejoras de desempeño. Cambios en los modos de actuación y una agenda más asertiva, por variada y representativa, deberían ser los resultados inmediatos. En artículos anteriores de esta serie hemos hecho proposiciones al respecto. Ya sugeríamos lo que tiene que ver con la acción de los gobiernos estadales y locales, en cuanto al requisito de su necesaria alineación con la política democrática nacional. Que no se nos venga con el argumento de su necesidad de supervivencia y la libertad para un pragmatismo, que terminan difuminando el ineludible carácter político de sus actuaciones. Esta cuarta transformación es fundamental, en tanto tiene que ver con el aterrizaje de la acción política opositora en los problemas y angustias de todos los sectores nacionales.

Ampliación sectorial de la dirección política opositora; reorientación a la politización; cambios en la normativa, con participación de esa nueva dirección ampliada y mejoras generales de desempeño, con privilegio a lo social, político y cultural y no al electoralismo son cambios urgentes.

Pero hay otro nivel de exigencia, más general y de largo plazo, que debe estar en el nivel principista y axiomático: la política democrática debe tener vocación de transformación permanente. Es un concepto que debemos establecer. Apunta a nuestra principal concepción: la democracia –y, por ende, la política democrática- deben tender a la habituación y consolidación, solo posible con el celo por la sostenibilidad, apoyada en el cambio progresivo continuo. La realidad cambia –y con vértigo- y la política no puede seguir siendo un campo del señoreaje.

Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
[email protected] / @SJGuevaraG1

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