No le voy a forzar la barra solo a los venezolanos, porque el fenómeno lo observo en muchos países: la discusión política sufre de desactualización respecto a la problemática real y una muy preocupante banalización en su manejo. Ojo: no solo en el ciudadano promedio; sino, sobre todo, en los practicantes y formadores de opinión. No le voy a forzar la barra solo a los venezolanos, porque el fenómeno lo observo en muchos países: la discusión política sufre de desactualización respecto a la problemática real y una muy preocupante banalización en su manejo. Ojo: no solo en el ciudadano promedio; sino, sobre todo, en los practicantes y formadores de opinión.

Mientras en la London School of Economics, el tema de los neototalitarismos ya es de manejo investigativo corriente, o en el Tecnológico de Massachusetts, el Profesor Schmidt-Hebbel –citado por nosotros desde hace meses con relación a los temas de nuestro interés- demostró la inevitabilidad del mejoramiento de las instituciones (instituciones, no gobiernos o liderazgos); repito, mientras eso sucede, en España discuten sobre “segundas transiciones”; en México o Venezuela, hasta un cambio de traje del presidente la quieren ver como una transición; en nuestro país, los más conspicuos dirigentes de la política “alternativa” aún dudan del carácter dictatorial del castrismo local; y, para no abundar, en el mundo se asiste a una epidemia de propuestas constituyentes, sin especificación o análisis alguno sobre el por qué preciso de una propuesta tal. Deplorable, respetados lectores, simplemente deplorable.

Es verdad que el mundo ha sufrido de una preocupante despolitización –la política es asunto de políticos, dicen muchos- o si se la asume, se lo hace de modo puramente pasional (los fetiches de las manifestaciones de calle o los “solo indignados”); pero, no es menos cierto que la realidad misma se politizó. Son evidentes ejemplos de ello, los excesos neoliberales –la llamada desregulación o la entente entre el gran capital global y regímenes como el chino- las taras del llamado Estado del Bienestar o el surgimiento mundial del neototalitarismo a la venezolana.

Solo cito ejemplos. Pero los expongo como evidencias de lo que pasa en la realidad política, mientras practicantes y analistas siguen anclados en sus manejos aprendidos para otras realidades y momentos.

En nuestro país, para sí ahora dedicarnos a nuestro propio drama, en el cual el discurso hacia afuera del sistema político está impregnado del concepto unidad, la realidad de la práctica partidista nos muestra aún la vieja vocación hegemónica que llevó a la pérdida del impulso democrático de los ’40 del siglo pasado, o a la entrada en una fase regresiva del otro ciclo, iniciado en 1958 y de apenas unos diez años virtuosos.

El sectarismo adeco del trienio (de AD, el partido de Betancourt, el indiscutido padre de la democracia venezolana); el monopartidismo del primer gobierno de Rafael Caldera, después de gobiernos multipartidarios, en los ’60; la patológica realidad hegemónica del chavismo, en la actualidad; y la cada vez más evidente deriva excluyente de los sectores dominantes en la cúpula de la llamada Mesa de la Unidad Democrática, son símbolos de la incomprensión del venezolano del necesario carácter consensual de la política.

Me aferro a ese rasgo. Venezuela tiene casi cien años de historia de fortuna petrolera y hoy ostenta el deshonroso record de ser casi el último país del mundo en todos los indicadores de uso universal sobre el desempeño nacional. Claro que hay un fondo cultural en ello, pero esa variable no es la que determina los resultados. Sí lo son la calidad del liderazgo y el modelo de conducción nacional. En eso, es que los venezolanos no pasamos el examen.

Liderazgo banal y modelo ausente son los mayores problemas políticos nacionales. Ni entienden, ni aceptan: 1) que ante un totalitarismo, no hay otra opción que una transición a la democracia, lo cual exige un esquema avanzado de unidad nacional (o sea, no solo partidista); 2) que la propuesta constituyente actual es la más fiel expresión de iniciativa transicional ( por doble razón: es cambio y es por la vía de la reinstitucionalización); 3) que esa reinstitucionalización implícita en la constituyente está influida por el tipo de transición posible; y 4) que esa transición solo es más democrática en la medida de una política inteligente de vaciamiento político del totalitarismo, que no está en el menú de la actual dirección política “alternativa”.

Esos “demócratas” no solo no lo entienden, sino que lo adversan. Son “demócratas” que combaten las soluciones democráticas. Y lo hacen por medios detestables: la descalificación, la mentira, la sorna, los eufemismos; etc. Como le decía el día anterior a la redacción de este artículo a Macky Arenas, en Globovisión: esa descalificación y subterfugios son también parte de la banalización.

Pues, habrá que actuar, entonces. No hay dialéctica política en los supuestos sectores democráticos venezolanos. No hay diálogo, sino exclusión. No hay ideas, sino intereses. Habrá, entonces, que demostrar, por la vía de la competencia en la agenda y en la práctica, que los que creemos en otras maneras de hacer las cosas, estamos dispuestos a asumir retos.

Estamos dispuestos a hacerlo competitivamente. Confiamos firmemente en la metáfora transicional. Ella hoy se concreta en la propuesta constituyente. A ellas estamos abocados: transición a la democracia e iniciativa constituyente. Allá ellos, con su agenda hegemonista y colaboracionista.

*Santiago José Guevara García

(Valencia, Venezuela)

sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1

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Banalización

Santiago José Guevara García*

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