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Lagarde, la candidata francesa a la presidencia, se vería beneficiada por la estrategia de la mandataria brasileña

Las dos barajas de Dilma Rousseff en el FMI

La carrera por conseguir un candidato al Fondo Monetario Internacional continúa en un clima de incertidumbre tras los vaivenes producidos durante esta semana. Si bien en un principio Brasil parecía inclinado a aceptar a la candidata de Europa y EEUU, la francesa Christine Lagarde, con la anuencia de China, en los últimos días vuelve a cobrar fuerza la hipótesis de un candidato impulsado por los emergentes. Sin embargo, parece que ese aspirante no será el mexicano Agustín Carstens, que ha perdido apoyos, principalmente el de Dilma Rousseff, que ha pedido algo de tiempo para llegar a un acuerdo con el resto de emergentes en torno a una candidatura fuerte. La carrera por conseguir un candidato al Fondo Monetario Internacional continúa en un clima de incertidumbre tras los vaivenes producidos durante esta semana. Si bien en un principio Brasil parecía inclinado a aceptar a la candidata de Europa y EEUU, la francesa Christine Lagarde, con la anuencia de China, en los últimos días vuelve a cobrar fuerza la hipótesis de un candidato impulsado por los emergentes. Sin embargo, parece que ese aspirante no será el mexicano Agustín Carstens, que ha perdido apoyos, principalmente el de Dilma Rousseff, que ha pedido algo de tiempo para llegar a un acuerdo con el resto de emergentes en torno a una candidatura fuerte.

Carstens ha visto reducida su fuerza debido a la desconfianza de Brasil, que tiene serias dudas sobre si su candidatura es viable, y por sus métodos demasiado tradicionales. El jueves, pocas horas después de que un portavoz del Gobierno que lidera la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, reconociese a la agencia de noticias Bloomberg que la candidata europea tenía el beneplácito condicionado del país latinoamericano, los principales países emergentes, o BRIC (Brasil, Rusia, India y China), lanzaron un comunicado, que también contó con la firma de Sudáfrica, en el cual demandaban «la adecuada representación de los miembros de los mercados emergentes y países en desarrollo en la administración» del organismo.

Aunque la candidatura de Christine Lagarde, la ministra de Finanzas gala, cuenta con el apoyo de Washington, Bruselas y, por supuesto, París, su elección dista mucho de ser ya un hecho debido a la resistencia que a última hora de ayer presentaron las potencias emergentes de la mano de Brasil.

El apoyo inicial de Brasilia a Lagarde, y que estaba comprometido a que la ministra de Finanzas gala ocupase el puesto sólo el tiempo que le quedaba a Strauss-Kahn en el cargo (es decir, 19 meses) y no los cinco años que se establecen en un mandato oficial, se derrumbó poco después de que las potencias europeas se negasen a aceptar estos matices. Además, algunos analistas señalan que el discurso que pronunció el presidente de EEUU, Barack Obama, en Londres también pudo influir en el enfado de estos países.

Obama dijo durante su visita a la capital británica, y pocas horas antes de partir hacia Francia, en donde tiene lugar la cumbre del G-8, que el liderazgo occidental es más indispensable que nunca ante el momento crucial que vive la historia mundial tras una década difícil. El mandatario de EEUU rechazó la idea de que el ascenso de las naciones emergentes como China, India o Brasil suponga automáticamente un declive de la influencia occidental.

«Quizás se argumenta que esas naciones representan el futuro y que el momento de nuestro liderazgo ha pasado. Pero ese argumento es falso. La hora de nuestro liderazgo es ahora», dijo el dirigente de la primera economía del mundo ante líderes civiles, diputados y personalidades de la jerarquía eclesiástica y política de Gran Bretaña.

La lucha soterrada entre ambos bandos, EEUU-Europa frente a los emergentes liderados por Brasil y China, no oculta que el candidato final en ser elegido tendrá que lidiar con temas candentes al frente del organismo internacional. Concretamente, el de Grecia. Jean-Claude Juncker, líder del Eurogrupo y primer ministro de Luxemburgo, ya ha lanzado la advertencia: el FMI puede obligar, indirectamente, a que el Ejecutivo que lidera el socialista George Papandreou tenga que llevar a cabo una desamortización del país. En otras palabras; vender la gran mayoría de activos públicos griegos. Según Juncker, va contra la normativa de esta institución proseguir con las ayudas a Atenas si el Estado heleno no garantiza su solvencia durante los próximos doce meses.

Papandreou espera recibir 12.000 millones de euros el próximo 29 de junio con motivo de la quinta entrega del rescate de 110.000 millones de euros aprobado hace un año en Bruselas. De lo contrario, sus asesores económicos ya han dicho que el país podría quebrar. De esos 12.000 millones, 3.300 deben provenir, en teoría, de las arcas del FMI. Una portavoz del Fondo ha confirmado las declaraciones de Juncker asegurando que «nunca prestamos si no tenemos la garantía de que no existirá ningún hueco [en las finanzas del país]». Y ese hueco lo tiene que cubrir Atenas acudiendo a los mercados internacionales a por 24.000 millones de euros o incrementando el plan de privatizaciones anunciado esta semana.

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