El modelo económico ‘chavista’

Era previsible que el anterior artículo animara un interés inmediato por el modelo económico chavista. Fuimos escuetos, presionados por el tiempo y sólo decíamos que lo caracteriza “la exacerbación del modelo redistributivo típico de la democracia populista que precedió al autoritarismo también populista actual”. Válido, pero hay más. Interesa, para confrontar con algunas gilipolladas en la discusión sobre el caso y las crisis en general. Era previsible que el anterior artículo animara un interés inmediato por el modelo económico chavista. Fuimos escuetos, presionados por el tiempo y sólo decíamos que lo caracteriza “la exacerbación del modelo redistributivo típico de la democracia populista que precedió al autoritarismo también populista actual”. Válido, pero hay más. Interesa, para confrontar con algunas gilipolladas en la discusión sobre el caso y las crisis en general.

Claro que hay diferencias. Está en que antes hubo una transferencia de rentas del Estado a los consumidores y a un cierto capitalismo –oportunista, parasitario y poco dado a la competitividad global- pero que suplía al mercado interno, y ahora se lo hace al mundo militar, a la clase política oficial y a sectores sociales clientelares, sin vocación productiva, sino distributiva; o sea, de mera apropiación de la renta petrolera.

El cambio que debió darse, producto de la degeneración de la política de sustitución de importaciones, tenía que ser a la apertura; en nuestra opinión, con base en diversos complejos industriales u otros con ventajas comparativas para la exportación (que aún los hay), pero se optó por el camino fácil de su desmantelamiento progresivo; su sustitución por importaciones masivas, sólo justificables como medida contingente y el supuesto intento de una economía social y estatista, que sólo existe en la fantasía de la propaganda oficial y en los incautos creyentes de mentiras o gilipollas por convicción.

Las razones son políticas, como lo es todo en el chavismo. Había que abatir la economía privada interna, permitir grandes negociados a militares y adeptos (incluidos extranjeros), e intentar demostrar el montaje de una producción socialista. Lo primero, para minar la resistencia al régimen; lo segundo, como mero centro de la racionalidad de un régimen ilegítimo; y lo tercero, como guiño a la amplia clientela izquierdista y “gilipóllica”.

Hasta ahora sólo se asiste a la demolición del sistema existente y a la publicitación de uno nuevo que no llega por ninguna vía, mientras que las importaciones están seriamente mermadas por la disminución del ingreso petrolero, la loca agenda oficial y ahora el problema del encarecimiento progresivo de los alimentos, que forman un muy alto porcentaje de ellas.

El mediano plazo apunta a una severa crisis de viabilidad, por la demencial destrucción del aparato productivo, sin parangón en ninguna propuesta marxista relativa a la construcción del socialismo. Recuerdo los viejos argumentos de Dobb sobre la superioridad de la industrialización socialista. Igual, la dramática realidad productiva y económica de la URSS en su final. Hago el esfuerzo por descubrir el criterio de viabilidad de largo plazo tras el modelo chavista y sólo obtengo tres respuestas.

La primera es la que más he mencionado: Venezuela será otra Cuba. Chávez reinará sobre la miseria de la nación. Una sociedad humillada, una economía interna quebrada y un aparato represivo lo harán posible. Y satisfaría la patológica sed de poder de Chávez. Se trata de viabilizar arruinando.

La segunda es la de una provincia o colonia brasileña o de una confluencia de miembros del Foro de Sao Paulo y otros países iconoclastas y forajidos de la “nueva geopolítica” chavista. Sería la “Internacional” soñada por Lula y Fidel en el ’90. Es viabilizar haciéndonos dependientes.

O la menos desarrollada: un satélite chino. Postrada por su incapacidad, ganada por el oropel del modelo neocomunista asiático y vencida por el poder de Beijing, Venezuela sería un comunismo “viable”. Ya hay atisbos del “Camino a China”. Sería un comunismo “potable” para muchos.

Todas enfrentan a la aguerrida sociedad libertaria nacional y a la economía productiva privada competitiva. La tercera está despertando un escollo difícil: el hasta ahora pasivo mundo laboral. Las noticias llegan de Puerto Ordaz (principal centro urbano, industrial, político y sindical de la región de Guayana, sudeste venezolano): los chinos vendrían, pero piden la eliminación de los sindicatos y las leyes laborales y cero expropiaciones y límites a la libre circulación internacional de sus capitales. Mucha exigencia a un milico inculto y bárbaro. Tampoco parece haber viabilidad.

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