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EL NUEVO MODO

Economía transicional (XII)

El relevante tema de las reglas fiscales firmes. Las reglas fiscales son dispositivos institucionales integrales, de efectos permanentes, que resguardan el sistema económico y la nación de problemas de inestabilidad, falta de credibilidad y volatilidad. El relevante tema de las reglas fiscales firmes. Las reglas fiscales son dispositivos institucionales integrales, de efectos permanentes, que resguardan el sistema económico y la nación de problemas de inestabilidad, falta de credibilidad y volatilidad, de cara al gran propósito de la sostenibilidad del progreso.

Superado, en general, excepto en la Venezuela actual y otros casos excéntricos, el tema de la profesionalización y autonomía de la autoridad monetaria en su muy específico campo de actuación, queda pendiente la otra gran vertiente relevante de la política económica. Más allá del debate sobre cuál debe ser el nivel normativo y cuáles los instrumentos, no hay dudas sobre la relevancia de reglas fiscales firmes –queremos decir durables- para la salud del sistema económico.

Ellas pueden tener que ver con toda variable influyente en aquellos problemas, desde la presión fiscal, hasta la proporción de los ingresos temporales asignables al gasto corriente, pasando por un número importante de temas y manejos relativos a la gestión económica gubernamental. La relación entre ingresos y gastos ordinarios, los usos permitidos al endeudamiento, el manejo de los shocks externos, diversos fondos y reglas para fines de estabilización, etc., son ejemplos tradicionales de reglas fiscales. Las situaciones nuevas respecto a políticas presupuestarias, como las archiconocidas en la Europa actual o el llamado “fiscal cliff”, en la muy reciente discusión presupuestaria americana apuntan –con mayor o menor firmeza- a cierta rigurosidad en el manejo de la importante variable de la acción fiscal.

Las que no califican al respecto son las acciones en el plano de la discrecionalidad, la volatilidad en las decisiones, la falta de transparencia, las normas variables e impredecibles y, en general, las distorsiones asociadas a los intereses de grupos clientelares, el juego político y el ciclo electoral, que se resuelvan, no por la vía de previsiones optimizadoras al respecto, tomadas por la más representativa y válida instancia normativa, sino en el plano de la arbitrariedad del poder ejecutivo. Al respecto, se trata, sin duda, de hacer preponderante el texto constitucional -máxima expresión normativa del país- o el parlamento, como mejor expresión de la representatividad política nacional, en vez de dejar el manejo en manos del gobernante.

Nuestra historia nos muestra ejemplos de ambas situaciones. Venezuela poseyó un conjunto progresivo de normas fiscales que fueron conformándose de comienzos del siglo pasado hasta los tiempos de la transición democrática de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta. El resultado lo hemos referido al cansancio: un país virtuoso, de alto crecimiento durante cincuenta años, sin desequilibrios voluntarios, volatilidad o pérdidas en la sostenibilidad, que cambió, entre finales de los sesenta y setenta a un país decadente, de bajo crecimiento promedio y severos problemas en su sistema de equilibrios y en su curso de largo plazo.

El reto actual está claro. Nos lo alumbran las convicciones de la investigación económica general y nuestra propia experiencia nacional. La comparación, con instrumentos de Economía Política, de los dos períodos nacionales diferenciados mencionados, es suficientemente clara y convincente. Esa realidad nos la oculta el pervertido juego de intereses de la clase política y redes asociadas y la vocación tradicional o carismática de su liderazgo. La creciente licencia a la discrecionalidad y a los intereses especiales: grupos, redes, clientela política, asociados en la base política, etc., son la explicación de lo conocido.

El manejo del asunto no es fácil. Recuerdo a finales de los ochenta y comienzos de los noventa la discusión que propiciábamos, en un primer momento, sobre la conveniencia del manejo del tema y la medición correcta de la presión fiscal; o, más tarde, nuestra participación sobre la propuesta y luego el manejo de un fondo de estabilización. En ello, tuvimos muy poco eco. A pesar de que el país y su economía ya habían entrado en crisis. Luego propiciamos la consideración de viejas intuiciones de la ciencia económica, recogidas por Milton Friedman en 1957, y trabajadas econométricamente en los ochenta, sobre el apropiado manejo de la diferenciación de ingresos permanentes y temporales, tampoco acogidas. Posiblemente, la borrachera estatista, a pesar de la cada vez mayor resaca, impedía hurgar en los apoyos conceptuales y teóricos que podían permitir mejorar el crucial manejo de lo fiscal.

Estamos convencidos de que las dificultades para un cambio de espíritu persisten, pero nos anima la posibilidad de aprovechar el inevitable clima transicional que se suscitaría y correspondería con un triunfo democrático, para proponer las adecuaciones y cambios institucionales que permitan evitar los problemas de un músculo económico imposibilitado de sostener un progreso generalizado de la población.

El desafío no es sencillo. Los sectores rentistas y estatistas lucharán por sus fueros. El interés general aconseja la opción del crecimiento sostenido y estable. Hay una lucha general, incluso cultural, a dar. Es una causa bonita a asumir.

* Santiago José Guevara García

[email protected] / @SJGuevaraG1

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