En la gira que por estos días cumple en Europa, Diego Arria, venezolano, ex presidente del Consejo de Seguridad de la ONU, ha dado justo en el clavo para la comprensión del inédito conflicto que sufrimos los venezolanos. Hasta ahora, al respecto, ha habido un disenso evidente. En la gira que por estos días cumple en Europa, Diego Arria, venezolano, ex presidente del Consejo de Seguridad de la ONU, ha dado justo en el clavo para la comprensión del inédito conflicto que sufrimos los venezolanos. Hasta ahora, al respecto, ha habido un disenso evidente.

Tal como afirmara en la Asamblea de Parlamentarios del Consejo de Europa, en Paris, «en situaciones normales lo lógico es que en cualquier país democrático se presenten las denuncias en algún tribunal nacional o en la Asamblea Legislativa, pero expliqué que Venezuela está en manos de un régimen que ha secuestrado todos los poderes y la única instancia u opción era denunciarlos en el exterior».

El conflicto venezolano no refiere, entonces, a atavismos feudales, luchas tribales, secesión, invasión, guerrillas, guerra abierta u otras de las frecuentes causas de conflictos nacionales. Lo es, rigurosamente, la severa falla del aparato institucional nacional, por el asalto político del régimen militarista, totalitario e izquierdista de Chávez. Denuncia que hemos hecho desde años.

En nuestros inicios en la Comisión de Estrategia del Capítulo Carabobo de la Coordinadora Democrática de Venezuela, en 2.002, desarrollamos un modelo conceptual que permitía la justa comprensión del conflicto que afectaba al país y de la forma de manifestarse en cada momento. Formulamos una constatación idéntica a la que ahora expresa el valiente representante venezolano.

“Todo surge, en nuestro caso, de la impunidad en la vulneración de las instituciones, con el uso de vías no violentas. El fulano “Socialismo del Siglo XXI” tiene, entonces, una lógica de actuación particular”. El entrecomillado es un pequeño trozo de nuestro libro, a publicarse este año, en el cual dedicamos un capítulo a la comprensión de lo que sucede.

Su relación con la política nacional la establecemos en otro pasaje: “Desarrollamos aquí una afirmación previa: la precisa situación política nacional no puede ser aprehendida sino bajo el reconocimiento de la presencia de un conflicto político nacional, el cual, en la medida de su evolución, puede ser definido como: 1°) de alta complejidad, (…); 2°) extrema dificultad (…); 3°) fase avanzada (…) y 4°) destino incierto (…)”.

Ese conflicto es ampliamente adversarial. Los intereses de fondo son antagónicos y excluyentes. No es un caso de negociación. No hay posibilidad de intercambio en razón de prioridades divergentes. Es un caso de todo o nada. O sea, yendo a lo práctico, que las únicas acciones son la denuncia, la lucha, la confrontación de conceptos y estrategias y el apropiado manejo estratégico de las acciones para su resolución.

Eso hace Arria. Eso hemos propugnado contra la opinión y la práctica establecidas, montadas en un estilo más válido en situaciones de democracia normal que en el ladino manejo de Chávez y su gente, tal como lo hemos calificado: democracia aparente, totalitarismo sinuoso en su implantación y proyecto de aniquilación de la sociedad y la economía nacionales.

A denunciar esto último y desplegar aquellas acciones se ha dedicado Arria en Europa. Otras iniciativas hacia la estrategia necesaria comienzan a deslizarse. Incipiente, pero abiertamente, se habla de un Frente Amplio para la conducción política necesaria. O sea, mucho más que lo electoral. Algunos hablan de movilización general. Ya hay expresiones. Por ejemplo, las de los trabajadores de Polar, el gran emporio privado de alimentos, amenazado por Chávez. Un destacado economista ex marxista habla de riesgos de paros cívicos o rebelión. La reacción al estado de cosas se mueve.

Diego Arria y otros están contribuyendo a conformar el todo político necesario para evitar el abismo y relanzar la patria. Venezuela, entonces, regresará a ser el país de las oportunidades que siempre ha sido.

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Arria en Europa

Santiago José Guevara García

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