Cuando comienzo a redactar este artículo, se cumple un inmenso acto de impostura, típico de la vida política venezolana, que denominan diálogo. Yo lo calificaría como acto de taumaturgia. Cuando comienzo a redactar este artículo, se cumple un inmenso acto de impostura, típico de la vida política venezolana, que denominan diálogo. Yo lo calificaría como acto de taumaturgia.
Un gobierno ilegítimo –pero, en ejercicio- y una alianza partidista “alternativa” que no representa al país en conflicto, participan de un supuesto acto de salvación nacional.
¿Resuelve ese acto mediático el gravísimo problema integral presente?
Mientras se recurre a la magia de los discursos, el país está sumido en un grave conflicto integral, aliñado con el inmenso poder de fuego de grupos violentos amparados por las fuerzas militares y policiales oficiales. Un conflicto violento, claramente asimétrico, a favor del Estado.
En la base del conflicto, unas instituciones fuera del marco constitucional, postradas ante el Poder Ejecutivo y sus amos foráneos; unos medios de comunicación yugulados; la calle encendida, una economía vergonzosa por donde se la mire; el mundo observando el lamentable conflicto y los recursos de la violencia oficialista, apoyada en medios y modos ilícitos, marcando la nota más grave de la situación.
¿Cómo abordar esa dificilísima situación?
Para el ocupante de la Presidencia de la República, los problemas no existen, las situaciones conocidas por todos no sucedieron, a menos que alguien se lo demuestre, sin definir ningún mecanismo de excepción que lo permita.
Para los “alternativos”, quienes deberían ser conocedores de la conducta gubernamental, ni hay resultados democráticos –Maduro acaba de negar cualquier posibilidad inmediata de amnistía- ni el planteamiento de procedimientos que permitan discutir, sin sesgo discursivo, los problemas reales de la nación.
Así, créanme que no habrá resultados. Ni en los fines, ni en los medios. No los habrá mientras impere la impostura y no se asuma con seriedad y legitimidad la revisión de los graves problemas nacionales. Que existen. Que preocupan. Que pueden agravarse. Y que requieren atención experta.
Lo anterior lo planteo en términos de urgencia. Hay que superar la discursiva inútil a la procura de soluciones efectivas y asumir un proceso de mínima redefinición nacional, que relocalice en el análisis las situaciones problemáticas -en la base, en el medio y en la superficie- de modo de salvaguardar a Venezuela de un muy lamentable destino, en su tranquilidad, estabilidad, paz, bienestar, justicia, imperio de la Ley, etc.
A eso no se llegará con el estilo nacional. Se requiere reforzar las condiciones, proceso y definición de resultados, a través de una mediación experta.
Una que parta de reconocer las situaciones y no de negarlas, que vincule a su análisis a todos los que se relacionan con ellas y no a unos supuestos representantes, que establezca una metódica para el análisis de esas situaciones y no para su sobrevuelo discursivo, que vaya recogiendo acuerdos y no solo la retórica y que establezca los resultados de la mediación y sus garantías de cumplimiento.
Esa posibilidad existe. Otros países han enfrentado situaciones peores y han podido superarlas. ¿El secreto? La recomposición del marco de condiciones para la actuación nacional. No la imposición de la voluntad de unos a otros. No la hipoteca del país a criterios e intereses extranjeros sesgados, sino la redefinición estrictamente nacional de sus retos y formas de asumirlos.
Ahí está la urgencia y ahí está el punto de partida para una agenda. Desechar la discursiva, asumir el análisis y la procura de soluciones, basarlos en una mediación profesional e institucionalmente legítima y tener la disposición a cumplir los acuerdos o recibir la sanción correspondiente.
El país no merece menos. No pasemos a la historia por los mismos “méritos” de los sabios de Bizancio. En aquel trance, los invasores turcos ganaron. Ahora, en nuestro caso, son Cuba; el Foro de Sao Paulo; la nueva geopolítica forajida que muestra sus garras en Crimea; el poder neoimperial de China, ya actuante en Venezuela; etc.
Hay noticias que mueven a preocupación en el tablero internacional. Hay una creciente matriz de opinión que condena a Venezuela a ser el pivote involuntario de la prosperidad y estabilidad de otros. Venezuela, entonces, tiene el derecho a defenderse.
Asumamos el reto. Y retemos al régimen a lo mismo que propone, pero sobre un entramado profesional e institucional reconocido y con poder de hacer valer acuerdos.
Es lo que toca. Seamos serios. Salgamos de la “cultura” del discursito almibarado y pasemos a la dura faena de reconstruir el país. Con método, con hechos, con resultados.
* Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
[email protected] / @SJGuevaraG1