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EL NUEVO MODO

Politología

Cuando Diego Arria, en el debate de los precandidatos opositores promovido por los estudiantes en noviembre de 2011, propuso un gobierno de transición no sabía que abría una Caja de Pandora. Cuando Diego Arria, en el debate de los precandidatos opositores promovido por los estudiantes en noviembre de 2011, propuso un gobierno de transición no sabía que abría una Caja de Pandora que conduciría al surgimiento en el país de una nueva y muy singular “Politología” alrededor del término transición.

Politología muy original –y muy venezolana-, por cierto, porque cada practicante maneja el término y lo conceptualiza a su manera, pues según algunos es una “palabra” a explicar, sin consideración alguna de la existencia de un campo profesional que se ocupa desde hace ya más de cuarenta años de lo que pretenden analizar, pero que terminan banalizando y pervirtiendo. El campo es llamado, sobre todo en países anglosajones, Transitología, y el concepto y las teorizaciones de las cuales se ocupa son de la transición a la democracia.

Para unos, ya hubo “transición” con el cambio de Chávez a Maduro; para una gran mayoría, ya estamos en ella; para otros, no existe o no se necesita, porque no les gusta, para luego proponer una ley que la norme, pero remitido a lo que antes se llamó “comisiones de enlace”; unos más, la relacionan con unas simples elecciones de mitad de período, con el mero hecho de un cambio de gobierno, con un tiempo determinado (medible, evidentemente, pero no dicen de cuánto) y los más avanzaditos confunden transición democrática con transición a la democracia. Así, queridos lectores, un largo y deprimente etcétera.

Para todos, en un campo del conocimiento existente y con un “estado del arte” de marcado dinamismo, el diccionario basta. Una “transición” (¿a la democracia? ¿del comunismo al mercado? ¿democrática?) existe porque ellos lo dicen, sin reparar en el largo repaso del asunto desde la obra seminal de 1.970, la extensa bibliografía de Johns Hopkins, la existencia de instituciones específicamente ocupadas del campo, las múltiples referencias a casos, condiciones, fases, tipos, áreas profesionales y disciplinas involucradas, etc. Algunos, incluso académicos, llegan a ubicarla en la tradición marxista –en la cual también se maneja el término- pero, para referir al socialismo, como fase de transición al comunismo. O sea, en un proceso de corte totalitario. Un total despelote, pues.

Cuando se adentran en las referencias a lo nacional pasan cosas peores. Se dice, por ejemplo, que la larga cooptación post gomecista hasta el 18 de octubre de 1945 fue una transición; que no hay relación (que es casuística, de toda evidencia) entre golpes de Estado y transiciones a la democracia, cuando las dos únicas reconocibles en la historia democrática nacional han surgido de tales eventos; que la transición a la democracia ubicable a partir de 1.956-57 terminó con las elecciones de diciembre del ’58 o con la redacción de la Constitución del ’61; que el proceso tiene que ver con la cesación de ciclos del muy largo plazo; que en los ’60 se produjo la “consolidación democrática” en el país, cuando precisamente a final de esa década comenzó el largo y lamentable proceso regresivo que nos trajo de nuevo al autoritarismo, ahora populista. Y así, más “logros” de la singular Politología que referimos.

Precisamente, sobre lo último, nadie ha planteado la relación existente entre una transición (a la democracia) y la consolidación democrática, considerada en la obra seminal –se le llamó habituación- como la última fase del proceso, lo que lo define solo posible si visto como de largo plazo y bajo el entendido del cumplimiento riguroso de un conjunto de condiciones, ampliamente estudiadas. Es cierto que existe un concepto asociado que es el de transición democrática, lapso posterior a la salida del autoritarismo, totalitarismo o populismo, que sí puede ser definido a voluntad y acotado temporalmente, sin que ello admita generalizaciones.

Entiéndase, entonces, que una “transición”, como tanto se refiere en la nueva Transitología (¿o, más bien, Transitomanía?) nacional; o, más bien una transición a la democracia es un proceso de naturaleza fundamentalmente política, de largo plazo y varias etapas, que permite el cambio de un régimen de corte totalitario a uno democrático, por la vía de un cambio institucional sustancial que abona al logro de las condiciones culturales, sociales, económicas, políticas e institucionales propias de lo que más modernamente se llama una consolidación democrática. Las transiciones a la democracia, mis queridos lectores, solo terminan con su consolidación.

No caben, pues, barbaridades como la propuesta de una transición a la democracia de seis meses o tres años o cualquier otro lapso. Cabe, como decisión de libre arbitrio, para una transición democrática, cuando se dispone de un plan estructurado para ella. Por cierto, fue lo que hicimos a comienzos de la década pasada, como propuesta (totalmente desechada) a lo que se llamó Plan Consenso País, la cual, luego, en versión reducida y para vulgarización, se incluyó en mi libro del 2.010, largamente conversado con Arria, cuyo programa económico transicional dirigí, quien me permitió una nota introductoria que me honra mucho.

Por cierto, hoy en la literatura el término está mucho presente en la referencia a otro tipo de transición, ya no política, sino económica, llamada convencionalmente, desde los ’90, transición del comunismo al mercado. Sobre las relaciones entre la transición a la democracia y la transición del comunismo al mercado hemos escrito diversos artículos y una serie dedicada específicamente a ellas.

No es admisible, entonces, que nos conformemos con que el diletantismo y el voluntarismo se impongan al conocimiento establecido. Y lo repito: hay un campo reconocido, con un “estado del arte” en permanente evolución, que debe ser respetado. Tanto -lo decía hace poco en una reunión de trabajo en la Universidad Central de Venezuela- que ya se habla, en el terreno de lo económico, de una Economía Post Transicional, para referirse a las elaboraciones posteriores a la crisis iniciada en 2007-2008.

¿Se trata, entonces, amigos lectores, de inventar el agua tibia, o de iniciarse con la responsable lectura de la literatura de expertos sobre el tema?

* Santiago José Guevara García

(Valencia, Venezuela)

[email protected] / @SJGuevaraG1

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