Más allá de las transiciones

Noto, en estos días, una especial atención al tema de la transición a la democracia en España, en apariencia por los treinta y cinco años de la muerte del último dictador y el proceso iniciado en ese entonces. En México se mantiene vivo, en la medida que el PRI cobra nueva vida y se dificulta la oportunidad del PAN. La semana pasada referíamos los casos hindú, birmano, cubano y venezolano. El tema tiene buena vida. Noto, en estos días, una especial atención al tema de la transición a la democracia en España, en apariencia por los treinta y cinco años de la muerte del último dictador y el proceso iniciado en ese entonces. En México se mantiene vivo, en la medida que el PRI cobra nueva vida y se dificulta la oportunidad del PAN. La semana pasada referíamos los casos hindú, birmano, cubano y venezolano. El tema tiene buena vida.

Pero, sin poder evitarlo, su manejo nos lleva a otros relativos, por afinidad conceptual o por parte de un ciclo, en el que ellos se suceden, sustituyen, desplazan, etc. En cada caso, con particularidades nacionales; pero, igual, modelables.

En el caso venezolano –el resto del artículo se lo dedicamos- es conveniente mirar las cosas desde 1935 hasta ahora.

La muerte del primer dictador del siglo –factótum de la unidad territorial del país, el fin de los caudillismos regionales, la creación del ejército profesional, etc.- abrió la puerta a una primera transición a la democracia (el término no se usaba entonces), acelerada a partir de 1945, como cosa curiosa, en el gobierno de una junta cívico-militar, llegada al poder por la vía de una asonada.

En un segundo lapso, de 1948 a 1958, hubo un regreso al totalitarismo militar (sobre todo, en 1953-58), protagonizado por algunos de los miembros de la junta anterior. Retroceso, entonces, en el camino democrático.

En 1958 cae la dictadura y ya se comienza a hablar, con uso del término, de transición a la democracia y también de transición democrática, las cuales, lamentablemente, no condujeron a una consolidación, como se esperaba. Peor aún, el largo lapso de 1958 a 1998 genera una muy extendida confusión en buena parte de la intelectualidad nacional, incluidos los historiadores de la política, con serias implicaciones en el manejo de la vida nacional.

La llegada de Chávez en el último año señalado, representa un inmediato y claro regreso a formas superadas de política, gobernabilidad, convivencia, instituciones, etc. Y a fines de lo que nos interesa, la conceptualización de todo el largo discurrir desde los cincuenta hasta casi el siglo XX, en términos de puntofijismo, con base en el pacto político que cimentó el arranque de aquella transición: el Pacto de Puntofijo, suscrito en octubre de 1958 y completado en diciembre del mismo año.

Preciso bien: el fulano pacto sólo tuvo vigencia un número limitado de años. Cinco, de manera plena; y diez, con alcance limitado y variaciones de su composición.

Sucede que, aunque el ciclo democrático se mantuvo, resulta difícil decir que lo hizo en el sentido de su consolidación y del concomitante (o complementario) progreso económico. Severo problema. La pérdida del modelo de autoridad y organización, la entronización del carisma, la tecnocratización, la competitividad partidista perversa, la pérdida del mínimo proyecto nacional de Puntofijo y otros factores fueron creando la cama para la reversión histórica que ahora padecemos.

Sin embargo, para muchos analistas tanto chavistas como del lado de la sociedad democrática, el largo lapso sigue siendo llamado “puntofijismo”. Declaramos aquí (como lo hicimos formalmente en nuestro reciente libro) nuestra radical diferencia con quienes, por mala intención a inadvertencia, califican el ciclo democrático del ’58 al ´98 como tal.

El largo ciclo referido en este artículo comienza con una transición democrática (‘36 al ’48), un regreso al totalitarismo hasta el ’58, una nueva transición democrática (del ’58 al ’68), una larga deriva (del ´68 al ´98) y un nuevo totalitarismo (del ’98-99 a ahora).

En ese lapso hay un gran ausente: un proceso de consolidación democrática y progreso económico sostenido. El reto está abierto. Por ahora, en términos de diseño. El modelo de largo plazo está por hacerse. En eso estamos.

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