Quien no lo quiera ver, que no lo haga, pero el mundo todo –totalitario o democrático- se está moviendo a cotas superiores de libertad y justicia, en lo que llamo la Onda Renovadora Mundial. Que conste que me he cuidado mucho de remitirme a Huntington, como muchos: sus repetidas categorías se agotan en muchos procesos actuales. ¡Qué “Revolución de los Jazmines” o “Primavera Árabe”, ni tres pepinos! La lucha es en todo el mundo -¡incluso en democracias!- contra la opresión y en defensa del futuro. Quien no lo quiera ver, que no lo haga, pero el mundo todo –totalitario o democrático- se está moviendo a cotas superiores de libertad y justicia, en lo que llamo la Onda Renovadora Mundial. Que conste que me he cuidado mucho de remitirme a Huntington, como muchos: sus repetidas categorías se agotan en muchos procesos actuales. ¡Qué “Revolución de los Jazmines” o “Primavera Árabe”, ni tres pepinos! La lucha es en todo el mundo -¡incluso en democracias!- contra la opresión y en defensa del futuro.
El Magreb y el Cercano Oriente se han movido y se mueven duro, es verdad; pero toda España, casi toda Europa, Chile, el Estado de Wisconsin, China, Myanmar, Brasil, Cuba y el vecindario de Wall Street se están desperezando o llevan tiempo en una lucha contra el estado de cosas. Algunos creerán que lo que sucede en el norte de África y el Cercano Oriente y el resto de los procesos son cosas distintas; pero yo, iconoclasta por convicción, afirmo que responden a una misma motivación. La misma que refirió Dracón, siete siglos antes de Cristo: la lucha contra el aborto de futuros.
Hay, claro, distintas formas de opresión. Y futuros muy distintos. Las primeras, no limitadas a las tiranías, o a la fuerza; los segundos, mediatizados hoy por la cultura y prácticas imperantes; pero escondidos, y prestos a salir a la calle, en la mente y el corazón de los que luchan.
Una irresponsable y costosa desregulación de los mercados y el privilegio a la economía especulativa y el capitalismo salvaje a lo chino (y otros especímenes), en los experimentos estatales y gubernamentales de los liberales de la economía; una también irresponsable carga de privilegios políticos, burocracia, ineficiencia y gastos dispendiosos, en el Estado del Bienestar; y, también, la supervivencia de formas tiránicas diversas, son, todas, formas de opresión. Sucede lo que sucede, entonces, sin que deba estar presente una tiranía sangrienta. Es el caso del vergonzoso régimen de Hugo Chávez, en nuestro país, disfrácese como se le disfrace o compre, como compra, las conciencias o ejecutorias de muchos en el medio democrático.
Por otro lado, ya en el plano de las opciones de futuro, el eventual fracaso, o el más completo éxito, de lo que no hemos dudado en llamar el más interesante caso de avance institucional hacia un gobierno supranacional, como lo es el experimento de la Unión Europea; el riesgo de cambios de modos políticos, hacia el riesgoso fundamentalismo del Tea Party, la pérdida de aliento de las fuerzas democráticas norteamericanas o mundiales, o el reacomodo y renovación del necesario liderazgo de los legatarios de la Ilustración; el surgimiento de procesos claros de transición a la democracia en los países recientemente liberados de vetustas tiranías, o el retroceso a formas nuevas de la opresión; todos ellos son, sin duda, futuros diferentes. El futuro –que quede claro- no es pura fatalidad: es tiempo para optar, no para aceptar. Aunque no siempre se valore bien las opciones.
Para avanzar, el mundo democrático tendrá que ahondar en muchos grupos de variables: el rediseño de la sociedad global libre; la domesticación de la ludopatía imperante en “los mercados”; el progreso fuerte –muy fuerte- en la vía de la Economía Mixta; la plena consolidación de los experimentos democráticos supranacionales; el ascenso a una democracia de ciudadanos y no de los olsonianos partidos; la concepción –nuestro tema de la semana pasada- de la democracia misma como un proceso progresivo, de largo plazo; etc.
La esfera cultural adquiere claro relieve, pero debe supeditarse, en algunos canales, a las exigencias de la gestión social y estatal: importan más las buenas prácticas sociales y de gobierno que las desorientadas –o puramente interesadas- ideologías. De igual forma, hay que entender que la política no es de los políticos, que el Estado y los gobiernos son para los intereses generales y no para clientelas parásitas e irresponsables, etc., etc.
Las democracias, entonces, son para el progreso continuo. Las tiranías, para salir de ellas. Incluso las montadas sobre la tradición deberán reformarse. Han sobrevivido veintiocho siglos de querella contra la opresión y el despertar de futuros. Estamos en un momento estelar de lucha por los que conduzcan a la justicia y la libertad.
*Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
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