El caso hondureño es de particular importancia para Venezuela y el mundo honestamente democrático. De hecho, los acontecimientos de finales de junio representaron una inflexión en el comportamiento interno de Chávez, luego de su irrefrenable arremetida totalitaria posterior al triunfo de su enmienda constitucional reeleccionista en febrero. Con hechos aún calientes y en desarrollo al momento de escribir esta nota, sin embargo, resulta claro que la “solución hondureña” pone un freno en América a los desafueros de los totalitarismos personalistas y a las fallas de lo que se ha dado en llamar “legitimidad de desempeño” de las democracias actuales. El caso hondureño es de particular importancia para Venezuela y el mundo honestamente democrático. De hecho, los acontecimientos de finales de junio representaron una inflexión en el comportamiento interno de Chávez, luego de su irrefrenable arremetida totalitaria posterior al triunfo de su enmienda constitucional reeleccionista en febrero. Con hechos aún calientes y en desarrollo al momento de escribir esta nota, sin embargo, resulta claro que la “solución hondureña” pone un freno en América a los desafueros de los totalitarismos personalistas y a las fallas de lo que se ha dado en llamar “legitimidad de desempeño” de las democracias actuales.
Al final, excepto que Fidel Castro, Chávez y su sindicato de la ALBA insistan en un juego que perdieron (lo cual es un evento de alta probabilidad de ocurrencia), lo cierto es que en Honduras –y esperemos que funcione el “efecto demostración”, para que también en otros países- en primer lugar, se derrotó el desafuero de un presidente en la línea de vulnerar la constitucionalidad para implantar una receta neodictatorial (el “paquete” de Chávez, ya harto conocido) y, en segundo lugar, como solución se optó por una fórmula gubernamental que despoja a ese presidente de cualquier posibilidad de seguir transitando el mismo camino. A pesar de que ostente la presidencia.
Voy a tentar a los demonios, pero voy a plantear mi muy personal interpretación de lo sucedido con la solución al impasse hondureño. Las dos cosas arriba mencionadas significan que en América no habrá nuevas posibilidades de irrespeto a los marcos constitucionales establecidos, que cualquier solución nacional al asunto puede darse y que resultan posibles fórmulas gubernamentales transitorias hasta el restablecimiento del respeto al marco normativo existente. Incluso en la Venezuela pionera del nuevo camino al totalitarismo y reconociendo el avance del entramado normativo que lo permite, el día a día es la vulneración del marco constitucional. Eso sitúa a nuestro país en ‘off-side’ y, por lo tanto, susceptible del pitazo correspondiente.
Chávez lo ha intuido. Sin que haya cejado en su intento totalitario, marcado por la desinstitucionalización creciente y la arbitrariedad (ejemplo: la reciente reforma de la autoridad monetaria, que le permite aún más financiar sus déficit), es evidente que ha realizado un “reacomodo al centro”, que es como llamamos el escenario en el cual se mueve desde junio y, sobre todo, después de “No más Chávez”, la marcha opositora que llegó hasta sus territorios del centro de Caracas y el impacto de la huelga de hambre por el presidio del estudiante Julio Rivas.
Sus carantoñas a sectores que golpeaba hasta hace poco; una pausa en la violencia de sus fuerzas armadas, milicias y grupos civiles violentos; una rápida solución a los casos de “presos de Chávez”; su manipulado interés en recuperar sus programas sociales (las llamadas “misiones”); su inusitado apresuramiento hacia un nuevo evento electoral y otros elementos, muestran un Chávez en maniobra de distracción.
No otorgamos a Chávez el privilegio de reconocerlo como demócrata. Lo suyo es otra cosa. Su empeño dictatorial comunistoide seguirá. En este caso, es necesario que el bosque no impida ver los árboles. Ni la farsa de política económica que dice adelantar, ni las nuevas inyecciones de liquidez, ni la liberación de los “presos de Chávez”, ni la pausa en la violencia oficial, ni el refrescamiento de imagen con fines electorales deben ocultar la real intención y el proyecto político que animan su gobierno. Chávez no va a cejar en sus prácticas.
Lo suyo es el desafuero, el totalitarismo personalista y un desempeño democrático ilegítimo. Ni siquiera menciono los peligros y riesgos de sus relaciones internacionales y su geopolítica iconoclasta. Sólo lo primero es suficiente para mirar al caso Venezuela desde la perspectiva de la “solución hondureña”.