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América en foco

Haití: Futuro incierto

A pesar del devenir del tiempo el fantasma de Papa Doc sobrevuela el limpio cielo haitiano, sobrevienen tiempos de cambio, ó cambiarán para no cambiar nada, es así que el Consejo de Seguridad de la ONU tomará una determinación, para unos importante, para otros, por demás intrascendente, el próximo 15 de octubre sobre su presencia en el convulsionado país de la región buscando extender su mandato por otro año. A pesar del devenir del tiempo el fantasma de Papa Doc sobrevuela el limpio cielo haitiano, sobrevienen tiempos de cambio, ó cambiarán para no cambiar nada, es así que

el Consejo de Seguridad de la ONU tomará una determinación, para unos importante, para otros, por demás intrascendente, el próximo 15 de octubre sobre su presencia en el convulsionado país de la región buscando extender su mandato por otro año.

La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití sentó presencia en junio del 2004 y en la actualidad cuenta con 9.158 uniformados -7.106 soldados y 2.052 policías- apoyados por 492 funcionarios internacionales y 202 voluntarios. Sucede que transcurridos más de cinco años de despliegue, y de acuerdo a los informes oficiales e independientes, no existe duda alguna en el seno de la Organización que ha llegado el momento de imponer un cambio drástico en el sentido, la estructura y el alcance de la misión.

El primer punto en analizar propone en que nada justifica seguir planteando el caso haitiano en el marco del Capítulo VII de la carta de Naciones Unidas, ya que la realidad marca que la situación actual en Haití -con sus avances e inconvenientes- no constituye, de ninguna manera, una amenaza a la paz y a la seguridad regional o mundial. Seguir urgando aquel capítulo sólo se da a entender como resultado de una involuntaria paralización institucional en el seno del secretariado, de un error interpretativo de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y/o de propósitos intencionales que orillan lo simbólico, material, ó burocrático de los actuales funcionarios de la Organización.

Es hora que al pueblo Estado y sociedad haitianos, no se los siga siendo identificados como un peligro para la comunidad internacional. Si en algún momento una potencial tragedia humanitaria descontrolada pudo ser concebida como determinante de alerta roja, ese espectro no existe ya.

Como segundo tema, y tal lo analizado no es necesario preservar la presente relación entre soldados (77,6%) y policías (22,4%) en el país, los prioritarios problemas en materia de seguridad demandan una policía responsable y eficaz y un sistema judicial transparente y operativo, es así que y por supuesto de manera efectiva los militares ya han cumplido su rol en los comienzos de la misión, por lo que al momento deben retornar a sus países. Haití requiere de una asistencia masiva para incrementar y aceitar los sistemas preventivos, disuasivos e investigativos relacionados al orden público. Ni la región, ni Haití requieren militarizar asuntos que no competen al ámbito castrense y que sólo deterioran, en el mediano y largo plazo, las relaciones cívico-militares en el marco de la democracia.

En tercer lugar para nada se justifica mantener o multiplicar los aportes no regionales a esta misión. Fehacientemente los haitianos se sienten mejor protegidos y más contenidos por los efectivos provenientes del área. Hay soldados y policías de Argentina, Brasil, Chile y Uruguay; soldados de Bolivia, Ecuador, Guatemala, Paraguay y Perú; y policías de Colombia, El Salvador, Granada y Jamaica. Contingentes de otros 35 países están presentes, pero en varios casos dificultades de distinto tipo afectan su vínculo con los haitianos. Junto con los miembros latinoamericanos de la misión operan aportes no militares ni policiales de otros países del área; en especial de Venezuela y Cuba.

Es de destacar que la cooperación intralatinoamericana a favor de Haití se desarrolló sin tropiezos y el temor de que el caso jugase como jamón del medio entre las tensiones entre Washington y Caracas jamás se concretó.

En cuarto lugar, nada impide que el caso haitiano sea revisado en el marco Capítulo VIII de la carta de la ONU sobre acuerdos regionales. Se trata de reexaminar, con un criterio amplio y elástico el verdadero estado de la situación en Haití y proceder prontamente con una opción innovadora y sin fisuras. Haití no es una amenaza a la paz y la seguridad, lo fundamental es propiciar y garantizar condiciones para conservarlas.

Las naciones contribuyentes y otros nuevos países, hoy ausentes, podrían sumarse con más policías mientras se retiran fuerzas extraregionales, en esta evolución factible de la misión se podrían incrementar significativamente los componentes sociales y económicos de la ayuda a Haití.

Seguramente en el horizonte de la ONU se prevé una vía legítima para resolver de modo genuino las necesidades reales de los haitianos evitando convertir al país en un pequeño protegido, todos apuntamos a que despliegue sus alas y tome vuelo por sí.

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