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EL NUEVO MODO

Economía XXX

Sobre legitimidades en el liderazgo transicional. En “Economía XXVII” referimos dos tipos de legitimidad de nuestro interés. Ambas son necesarias. La legitimidad debe ser un valor permanente de sociedades y gobiernos. Sobre legitimidades en el liderazgo transicional. En “Economía XXVII” referimos dos tipos de legitimidad de nuestro interés. Ambas son necesarias. La legitimidad debe ser un valor permanente de sociedades y gobiernos.

La primera tiene que ver con la representatividad de los valores y criterios de éxito de un sector o colectivo. Para un proceso favorable al cambio se logrará a partir de las ideas de unos pocos y la progresiva convicción de muchos. La idea democrática venezolana fue el tema de unos pocos estudiantes de 1928 y hoy es la imagen de vida social de la mayoría.

La segunda, con la disponibilidad de un proyecto de futuro –principalmente en lo económico y lo político- que exprese ese sector (o nucleamiento de sectores) y sea asumido por casi todos. Hemos sostenido que la Venezuela democrática nunca ha contado con un proyecto de futuro explícito. En eso, Mariano Picón Salas no tuvo la fortuna de ser oído por Betancourt. No lo criticamos: lo señalamos.

Legitimidad es más efectividad que eficacia. Un ejemplo dramático de la ausencia de ella se encuentra en los milicos malandros que hoy gobiernan. Son eficaces para su proyecto; pero no para los resultados esperados por el país de cara a su problemática.

Siempre dijimos que el régimen es un maridaje milicos-comunistas. Pero, esos milicos no representan los valores y principios de la FAN, ni responden a los intereses de la nación. Su racionalidad, que no su legitimidad, al igual que la de los comunistas, es delictiva (aunque su discurso sea político). Son delincuentes revestidos de un discurso político. Y logran lo que quieren. A delinquir vinieron. Y son eficaces. Pero, eso no los hace legítimos. No merecen obediencia, por ejemplo.

En la política venezolana actual en la cual, como dijimos alguna vez, jugando con las palabras, los militares están porque están, no significa que los que usufructúan el poder representen los principios militares.

Lo mismo podría decirse en el campo partidista. No todos los que actúan en nombre de los partidos son legítimos. Muchos no son demócratas a carta cabal, sirva como muestra. Son cupulares. Tampoco lo era el desaparecido sindicalismo. O no lo es cierto gremialismo “empresarial” volcado a la procura de rentas. Corporativismo y democracia son antagónicos, así como renta y empresario son antípodas.

Pasa, entonces, que cada sector relativo a la política tiene tanto unos representantes o voceros legítimos como otros que no lo son. Y la Venezuela que viene requiere con carácter vital, una gran legitimidad.

El transicionalismo, que no es aún un sector o agrupamiento, encuentra su legitimidad en dos ideas que se irán concretando, tal como dicho, de manera articulada: la evidencia de una voluntad de cambio sostenido (no solo cambio de gobierno, sino de sistema) y la disponibilidad de un proyecto viable de consolidación de la democracia y el mercado.

Ese proyecto es el objeto de este artículo. La Serie a punto de culminar se planteó un proyecto aún más ambicioso que lo conocido en la literatura, como lo es el logro conjunto y armónico de unos ciertos fines políticos y económicos en el largo plazo.

Sí –insistimos en una aclaratoria a la ignorante clase política venezolana- una transición es un asunto del largo plazo, no excusa para un corto ejercicio de gobierno; en casos, ni siquiera con vocación de cambio. Una transición a la democracia solo concluye con la consolidación democrática y una transición al mercado, solo con una economía competitiva internacionalmente y generadora de un alto bienestar interno.

¿Y por qué lo ambicioso del proyecto? Por dos razones: la naturaleza de los cambios planteados y los límites de los dos tipos de experiencias conocidas: transiciones en lo político, o en lo económico.

En primer lugar, porque como tantas veces dicho, nos interesa beneficiarnos del aprendizaje histórico, tanto de las transiciones a la democracia, como de las dirigidas al mercado.

Y, en segundo lugar, porque China, caso especialísimo, ya en transición económica al posindustrialismo (ese éxito nos interesa, para emularlo); o sea, pese a sus “baches” actuales, en una fase económica muy avanzada, no muestra resultados de igual avance en lo político (democracia) y en lo civil y derechos (ese rezago nos interesa, para superarlo).

Y Estados Unidos, una democracia (y una economía) muy avanzadas (eso, mutatis mutandis, nos interesa emularlo), muestra resabios institucionales en temas como la regulación económica, la democracia y la convivencia mundiales y otros (esos y otros resabios nos interesa incorporarlos al proceso).

Esquematizamos, en espera de mayor desarrollo, los elementos fundamentales de la orientación para ese logro conjunto y armónico:

1° El celo en el liderazgo de la sociedad civil por la creciente calidad del consenso para una progresiva reinstitucionalización de todos los cruciales aspectos del progreso democrático y económico.

2° El valor de “bisagra” del proceso transicional que llamamos “la reforma política e institucional”, ahora para logros productivos y de derechos humanos y cívicos. El valor agregado está en la conjunción de los intereses ya señalados en el artículo correspondiente (Economía XXI) y “los derechos humanos, la transparencia, el nivel de vida, la democratización y otros valores políticos y el tema de la corrupción”.

3° La política para lo anterior.

Reinstitucionalización, reforma política e institucional ambi o multivalente y política transicional abierta son los factores-clave. Disponemos de una maqueta para actuar, entonces. Posiblemente se necesite “aterrizar” más algunas de estas ideas. De ello nos ocuparemos.

* Santiago José Guevara García

(Valencia, Venezuela)

[email protected] /@SJGuevaraG1

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