No es tiempo de eufemismos. Toca hablar claro y llamar las cosas por su nombre. Lo que sucede en la Asamblea Nacional de Venezuela no es solo «violencia institucional», como la califica la dirección opositora agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática. A María Corina Machado, en desagravio, por la conducta de algunos

No es tiempo de eufemismos. Toca hablar claro y llamar las cosas por su nombre. Lo que sucede en la Asamblea Nacional de Venezuela no es solo «violencia institucional», como la califica la dirección opositora agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática. Lo que pasa es clara y brutalmente una dictadura.

Cuando me proponía iniciar este artículo, los medios capitalinos informan de la posición de la principal agrupación opositora nacional sobre el desempeño del Parlamento venezolano (otro eufemismo, pues no se permite el habla a los diputados opositores), en términos de que «El oficialismo promueve la violencia institucional como mecanismo para consolidar la desviación del resultado electoral, acallar las protestas populares pacíficas y distraer la atención sobre la solicitud de recuento de los votos, el gobierno ha desencadenado, estimulado y coordinado actos de violencia contra la oposición y los manifestantes».

La avanzada situación de conflicto político en Venezuela ni se limita al Parlamento, ni es solo un tema de violencia fascista. Por eso, nuestro comentario y el título de este artículo. Es verdad que el drama mayor se vive en la Asamblea Nacional. Su presidencia está en manos de uno de los hombres del régimen de mayor desprestigio, y no solo por violento.

Se niega el derecho de palabra a la bancada opositora, se les destituyó de las comisiones de trabajo que les corresponden, se dejó sus puestos sin micrófonos, no se transmiten sus intervenciones o se editan manipuladamente, se les amenaza con suspenderles sus emolumentos, se les niega el acceso a los videos institucionales, no se les brinda protección, se permite la presencia irregular de esbirros y extraños a las sesiones, se les acosa y agrede en los espacios institucionales y en los alrededores, etc.

Pero, insisto, no es solo un asunto de violencia. El conflicto acopia ya todos los elementos reconocidos por nuestro modelo de análisis de conflictos políticos en regímenes neototalitarios, expuesto en nuestro libro del 2010.

Conquista, anulación y acomodo de las instituciones públicas; control y acoso a los medios de comunicación; represión de la movilización social y la protesta ciudadana; negación y mediatización de la lucha por el bienestar de trabajadores, profesionales, gremios y ciudadanos; uso de las relaciones internacionales para

una geopolítica favorable al régimen; y, último, pero no menos importante: el feo rostro de la violencia política institucional, parainstitucional y social. Todos los elementos, en una fase avanzada del conflicto. Situación que nos lleva a una muy mala extrapolación política.

La estrategia opositora, en su vertiente principal, no reconoce esa complejidad. No se especifica en todos sus componentes, variabilidad, detalles, dinámica y factores de entorno. Opera con vacíos y desfases. No se conecta con los muy diversos agentes afectados o ganados para la causa democrática. No colectiviza su agenda. No permite la sincronización de acciones. No abarca, en síntesis, y por tanto, tiene límites para superar, la totalidad de la difícil problemática planteada.

El caso de la situación en la Asamblea Nacional es patético. La oposición obtuvo mucha mayor votación, pero la mayoría numérica correspondió al oficialismo. Cosas de la manipulada institucionalidad chavista. Se rige por una “Ley Anti-talanquera”, que rige solo para los opositores. En este momento es dirigida por un desquiciado militarucho, sin sindéresis, hombría ni decencia y compuesta por gavilleros. Es verdad que la controla uno de los hombres fuertes del régimen, pero eso no hace más que aumentar su nivel de exposición a una estrategia firme de combate de sus excesos políticos.

En la Asamblea Nacional venezolana, hay que decirlo con firmeza y claridad, impera una dictadura oprobiosa. La simple referencia al permanente irrespeto a las damas opositoras, es ya un indicador dramático de la situación. Pero, es mucho más que eso. Al propio régimen le puede resultar costoso su desafuero. Es tiempo de una estrategia ingeniosa frente a un Talón de Aquiles del sistema castro-chavista-madurista.

La lucha en dictadura no es la misma que en democracia. La historia y la literatura especializada se han encargado de demostrárnoslo. Las posiciones opositoras, en Henrique Capriles y en la oposición partidista han avanzado, gracias a los aportes de la denostada, pero políticamente asertiva oposición combativa. Pero, falta mucho más.

A totalitarismo, lucha. A mentiras, verdades. A falta de hombría, temple. A indecencia, decoro. A militaruchos, civilidad. A dictadura, democracia. Venezuela es grande. Este tiempo de oprobio no manchará nuestro gentilicio.

* Santiago José Guevara García

sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1

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Dictadura

Santiago José Guevara García*

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