Hasta que se me demuestre lo contrario, sostendré que los sectores democráticos venezolanos muestran una incapacidad manifiesta para montar una mínina organización y dirección válida para la lucha contra la neodictadura y la asunción exitosa de una transición a la democracia. Hasta que se me demuestre lo contrario, sostendré que los sectores democráticos venezolanos muestran una incapacidad manifiesta para montar una mínina organización y dirección válida para la lucha contra la neodictadura y la asunción exitosa de una transición a la democracia.
Transicionalmente es una situación preocupante. En la acción opositora no están presentes los factores diversos que condicionan y deciden un cambio exitoso a la democracia.
El régimen no tiene una trama política que sea su contrapartida. La MUD no lo es. Es parte del sistema de partidos del Socialismo del Siglo XXI. Es el complemento perfecto del fraudulento sistema electoral existente. Y no tiene ni vocación, ni manejo transicional.
De igual forma, los grandes temas que deben tener un manejo político masivo por los demócratas no son asumidos políticamente. La sumisión a Cuba y el Foro de Sao Paulo, la ilegitimidad del Señor Maduro, el irrespeto a los valores democráticos básicos, el sistema electoral, la confrontación de proyectos de país, la denuncia de la politización de la economía, la miseria de las mayorías, la violencia paraestatal y un largo etcétera no son parte central, sino emocional, de la agenda política democrática venezolana.
En ese vacío, ganan el régimen y la MUD. El régimen, ya sabemos lo que persigue Y, repito, la MUD no es el agente para una transición a la democracia. Por lo tanto, la política democrática, su organización, dirección, estrategia y agenda están por hacerse. No existen. O sea, en la Venezuela actual no hay política democrática.
Revísese si en los sectores asociados a la lucha de calle o a la protesta social permea la idea de la necesidad de una cúpula política integradora y coordinadora. Y la respuesta es negativa. Cada quien –por ignorancia, inocencia o qué sé yo- asume su parcela como el centro del asunto. Suponen que la organización vale para lo suyo, sin ver arriba y a los lados.
Peor aún es en los liderazgos individuales: todos se conciben como el centro de la Vía Láctea. La política son ellos y lo demás sobra. Son la exacerbación del modelo carismático. Tienen también vocación de galácticos.
Eso no niega –todo lo contrario- el valor de los afanes de los que luchan. Una sociedad civil fuerte, organizada y luchadora es una de las grandes precondiciones transicionales. Las investigaciones más recientes (recomiendo, por ejemplo, echar una ojeada a la obra de K. Stoner y M. McFaul, del año pasado) sitúan a la “robusta sociedad civil” como un factor mucho más importante que los acuerdos del liderazgo, pero asigna valor a ambos; más, si entrelazados.
Pues, en la Venezuela actual, esa sociedad civil no trasciende la lucha y el liderazgo no asume la articulación de acciones de los distintos sectores. Me gustaría observar lo contrario, pero lamentablemente tengo la razón. Créanme que querría no tenerla.
Siendo así, resulta muy difícil aprovechar otro factor transicional, no solo desaprovechado, sino negado (por no decir, estigmatizado) que es la procura, en la línea de Bob Dahl, del aprovechamiento de la posibilidad de acción conjunta con los sectores disidentes y reformistas del proyecto oficialista. Hoy mismo oía en la sala de espera de una clínica a dos chavistas confesos hablar de su profundo rechazo a Maduro, pero también a todo lo que signifique la MUD.
Muchos no creemos en ambos. Yo ya no creo en la MUD. Y Maduro no se merece la investidura que ostenta. Muchos criticamos los errores de la fase declinante de los cuarenta años de democracia. Algunos reconocemos lo que de reconocible hay en años previos del régimen. Pero, llegó la hora de que algunos –de lado y lado- nos percatemos de nuestras cercanías y acordemos el rescate del país y su gente.
Faltan varios factores más para poder hablar de transición a la democracia. Referiré dos de ellos: un Proyecto de País y los agentes responsables de su acometida. No es cualquier Proyecto; mucho menos, no tenerlo. Tampoco es el de nadie en singular. Debe ser un honesto Proyecto Nacional, en todo lo que ello significa. Es un tema al cual hemos dedicado unas cuantas lunas.
En la banalidad de las formulaciones de Capriles o en el “Compromiso e lnvitación por un Gobierno de Unidad Nacional”, de la MUD, el 26 de septiembre de 2011, no hay un planteamiento robusto para el reto planteado. Es más, Capriles ha dicho que no cree en la necesidad de una transición y ni en ese texto, ni en los “Lineamientos” de enero del 2012, se menciona el tema.
Porque es que una transición a la democracia es un reseteo del país que saca del juego a toda la clase política parasitaria que lo ha mediatizado desde el reventón petrolero, con especial saña desde el desmontaje, a partir de finales de los ’60 (Caldera I) y comienzos de los ’70 (Pérez I), de la primitiva, pero efectiva institucionalidad económica existente. Ahí comenzó la debacle del país.
Por lo anterior, la transición es tal si se monta sobre una reinstitucionalización firme, que elimine el mal de la discrecionalidad de la clase política y sus socios clientelares. El país que busca su futuro debe salir de los taumaturgos de la política y procurar los creadores y defensores de las instituciones fuertes que garanticen estabilidad y progreso.
Lo anterior, visto lo existente, plantea unos escenarios políticos radicalmente novedosos. Y algunas constataciones.
Empiezo por lo último: en Venezuela no es verdad que ya estamos en una transición. Puedo seguir demostrándolo. Puedo debatirlo con quién lo quiera y cuándo lo quiera. Y lo primero: el camino a la democracia puede ser más tortuoso y sorpresivo que lo que los banales sospechan. O, incluso, no haber esperanza de democracia.
* Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
[email protected] /@SJGuevaraG1