Hay bandas y letristas capaces de reflejar con precisión poética toda la inestabilidad y la incertidumbre del momento en que viven. Pasó con La Mode y Paraíso en los años Ochenta del Siglo XX y ahora sucede con Rusos Blancos y sus píldoras de sabor agridulce pensadas para consumir en tres minutos. Hay bandas y letristas capaces de reflejar con precisión poética y melodías suaves toda la inestabilidad y la incertidumbre del momento en que viven. Pasó con La Mode y Paraíso en los años Ochenta del Siglo XX y ahora sucede con Rusos Blancos y sus píldoras de sabor agridulce pensadas para consumir en tres minutos.

Las letras de Fernando Márquez y José Antonio Lago no eran quizá el mayor mérito de aquel par de bandas ochenteras de las que hablaba en el párrafo anterior y ahora están de nuevo en periodo de reivindicación. Pero si eran el centro de gravedad de todo su sonido. Lo mismo que ocurre con los textos de Manuel Rodríguez.

Rodríguez tiene la capacidad de realizar con un par de frases secas y contundentes una radiografía de cualquier situación. Textos pragmáticos como los personajes que protagonizan los personajes de las canciones que escribe para Rusos Blancos, algunas en colaboración con su cómplice Javier Carrasco que aporta el flujo melódico necesario.

Su último álbum, ‘Museo del Romanticismo’ se mueve también por esas senda clásicas y guitarreras, en el que las cuerdas de acero procuran colchones suaves y los medios tiempos mecen a la concurrencia en un bailoteo moderado y ensoñador. A veces parecería que puede llegar a sobrar azúcar. Pero nunca sucede.

Más que nada porque el catálogo de amantes hambrientos de sexo y diversión que desfilan por estas canciones, entre lo naíff y el ‘indie’ de camára se parece bastante poco al que nos ofrecen otras referencias literarias conocidas que explotan también ese territorio de las soledades compartidas.

Aquí no hay borrachos dispuestos a beberse hasta el agua de los floreros, mientras buscan desesperadamente sucedáneos de amor entre las sábanas. Todo es más limpio y más terrible, en ese mundo apacible y solitario que nos ofrece las canciones de Rusos Blancos. No hay épica que valga en el desamor del siglo XXI. Ni héroes, ni malditos. Sólo aburridas tardes de domigo.

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Rusos Blancos

Rafael Alba

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