Si esto es Madrid y usted vive en pleno siglo XXI, no lo dude, lo más probable es que se encuentre en Libertad 8. Pero es fácil entender que cuando alguien asiste a una de las maravillosas actuaciones de Marta Plumilla, a ratos, tenga la sensación de estar, por ejemplo, en la Factory de Warhol. Si esto es Madrid y usted vive en pleno siglo XXI, no lo dude, lo más probable es que se encuentre en Libertad 8. Pero es fácil entender que cuando alguien asiste a una de las maravillosas actuaciones de Marta Plumilla, a ratos, tenga la sensación de estar, por ejemplo, en la Factory de Warhol.

Tampoco es extraño pensar que Marta no es Marta. Que se trata de un joven Lou Reed que, finalmente, se realizó la operación de cambio de sexo que tenía pendiente. Tal es la intensidad de las actuaciones de una artista que da brillo al oficio de cantautora.

No es el único espíritu que invoca, quizá sin saberlo, esta cómica valiente. Otros tipos como el primer Bowie, Pau Riba o La Romántica Banda Local, también se sentirían honrados de formar parte del supuesto coctel de influencias que maneja Plumilla. Alguien que consigue ser tan única e irrepetible como ellos intentaron también ser.

Y alguien que mima las canciones hasta convertirlas en pequeños dramas representados que `suceden’ en el escenario ante los ojos embelesados del espectador. Aquí hay letras profundas, un sentido del humor tan ácido como tierno y unas melodías llenas de esa riqueza artística que Marta derrocha a cada paso.

Las músicas, minimalistas por vocación, crean los climas adecuadas para que los mensajes que se intentan transmitir lleguen directos al corazón del público. Un mérito que, en este caso, Plumilla comparte con los ‘gemelos’ Frost y Frozen, alter egos de Andrés Sudón y Juan Fernández Fernández, respectivamente, dos instrumentistas creativos e ideales para acompañar a Marta en las aventuras escénicas que les propone.

Algo anda mal en España si una propuesta de esta altura no abarrota los teatros. A cambio todavía es posible disfrutar de ella en el ambiente propicio de las actuaciones de club. Y no se extrañen si entre el público se encuentran con alguna cara conocida. Admiradores como Lichis o Quique González pueden dejarse caer por las actuaciones de Marta cualquier noche.

No será fácil en cambio, encontrarse por allí a los solistas románticos que ahora se ‘llevan’. Esos quizá saben que Plumilla está aquí para cambiarlo todo y prefieren ponerse a resguardo por si acaba con ellos el huracán artístico y creativo que se les viene encima. Ya saben…Como dijo Pablo Guerrero: “Tiene que llover a cántaros”.

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Marta Plumilla

Rafael Alba

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