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Chiqui Ledesma y Marcos Di Paolo

Chiqui Ledesma y Marcos Di Paolo

Ahora, en España, el repertorio de los grandes compositores argentinos del siglo XX suena desde un baúl que huele a naftalina sacado de algún pub de la transición. Sin embargo, quizá no todo este perdido y convendría darle una escucha al trabajo de Chiqui Ledesma y Marcos Di Paolo. Puede que no sea así en otros países. Pero en España, el viejo repertorio de los grandes compositores argentinos del siglo XX suena desde el fondo de un baúl que huele a naftalina, sacado de algún pub progre de la transición. Sin embargo, quizá no todo este perdido y convendría darle una escucha al trabajo de Chiqui Ledesma y Marcos Di Paolo.

La fórmula no difiere demasiado de aquel estilo al que acabamos por acostumbrarnos y suena esplendorosa en ‘Arbolito del querer’, el último disco del dúo. Una guitarra ajustada y diestra en el acompañamiento, responsabilidad de Marcos, la parte masculina del invento, y una voz femenina expresiva y bella, la de Chiqui, que, además de cantar sabe ‘decir’ y dirigir directas al corazón las palabras.

Denle vuelta y vuelta y no necesitara más, como un buen asado supongo. Y perdónenme la retahíla de tópicos que les estoy endosando. Quizá el único secreto para que estas canciones, hermosas por su puesto, suenen bien, esté en la frescura de unas interpretaciones que se alejan por completo del soniquete rutinario al que nos habíamos acostumbrado.

Porque nunca hubo dudas sobre la grandeza de autores como Jaime Dávalos y Eduardo Falú o Atahualpa Yupanki, ni quizá de las posibilidades de pasar por el filtro de la ‘argentinidad’ las melodías del cubanísimo Silvio Rodríguez, o los cánticos de combate del chileno Víctor Jara, pero el abuso y el exceso parecían haber despojado de su vieja magia a muchas de estas melodías que empezaban a apolillarse.

Y, tal vez, por eso sorprenden tanto las versiones de Ledesma y Di Paolo, porque redescubren la esencia misma de unas canciones en las que creen y que quieren compartir con el mundo. Hay que decir también, nobleza obliga, que no son ni mucho menos unos recién llegados, que acumulan kilómetros y escenarios juntos y por separado.

Pero en este caso la veteranía sí que es un grado. Sirve, por ejemplo, para despojar de solemnidad unas melodías que nacieron para ser cantadas y recordadas, más que para resultar piezas admirables en las manos de los virtuosos habituales. Por eso suenan tan nuevas y flamantes en la versión de Ledesma y Di Paolo. Porque son músicos y no trapecistas. O eso me parece a mí.

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