«Lula es favorito, las encuestas muestran que en el balotaje ganaría a cualquier candidato, pero la campaña aún no empezó. Puede pasar de todo», señala a la Agencia Sputnik el doctor en ciencias políticas y profesor de la Fundación Getúlio Vargas Sérgio Praça.
De acuerdo con una encuesta divulgada a principios de diciembre por Quaest, Lula (55 por ciento de los votos) ganaría a Bolsonaro (31 por ciento) con una amplia ventaja, que también mantiene en la primera vuelta. De hecho, algunos sondeos apuntan que podría ganar incluso en la primera votación, para lo que necesitaría la mitad de los votos válidos (descontando los blancos y nulos).
Lula aún no confirmó su candidatura presidencial, pero es un secreto a voces. Dice que lo anunciará «entre febrero y marzo». De momento, se dedica a tejer alianzas políticas con todos los partidos políticos que van desde el centro-derecha hasta la izquierda radical. Su objetivo es crear un frente lo más amplio posible.
Dentro de esta estrategia de presentarse como el candidato de «la democracia» frente a «la barbarie», Lula ensaya estos días un giro que dejó boquiabierto a más de uno. Negocia que su candidato a vicepresidente sea Geraldo Alckmin, exgobernador de São Paulo y quien fuera uno de los pesos pesados del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el partido clásico de la derecha moderada en Brasil.
La rivalidad Partido de los Trabajadores (PT)-PSDB fue el motor que movió durante décadas las elecciones en Brasil, pero Lula cree que el momento actual es histórico y pide dejar atrás viejas rencillas por el bien de Brasil. Lula y Alckmin se enfrentaron en las elecciones presidenciales, pero siempre mantuvieron una relación de respeto mutuo.
«Dentro del PT hay una cierta resistencia, pero pasará lo que Lula quiera que pase. Sería muy bueno para los dos. Sería una señal de que no haría un Gobierno como el de Dilma (2011-2016)», dice Praça, que considera que el principal objetivo de esa alianza «contranatura» sería lanzar un mensaje de tranquilidad al mercado financiero.
Mientras tanto, Bolsonaro también mueve fichas en busca de la reelección. Después de dos años sin pertenecer a ningún partido se afilió al Partido Liberal (PL), para tener la seguridad de que contará con presupuesto suficiente y espacio gratuito de propaganda electoral en televisión.
Esto es siempre importante, pero más si cabe teniendo en cuenta que las elecciones de 2022 estarán dominadas por la lupa frente a las «fake news», que en 2018 contribuyeron de manera decisiva a aupar a la extrema derecha hasta el Palacio del Planalto. El juez Alexandre de Moraes, que presidirá el Tribunal Superior Electoral durante las elecciones, advirtió sin miramientos que quien difunda noticias falsas irá a la cárcel.
En estos momentos, Bolsonaro lo tiene difícil. La economía no despega (Brasil entró en recesión técnica después de que en el tercer trimestre el PIB cayera un 0,1 por ciento), hay más de 13 millones de desempleados, la inflación sigue fuera de control y lo más grave: más de 19 millones de brasileños pasan hambre.
La prometida recuperación «en forma de V» que iba a darse al amainar la pandemia no se nota a pie de calle y por primera vez durante su mandato Bolsonaro tiene menos de un tercio de aprobación; tan solo un 19 por ciento considera bueno su Gobierno, según una encuesta de Atlas de finales de noviembre.
Ante este panorama, son muchos los que buscan presentarse como la «tercera vía»: ni Lula ni Bolsonaro. Lo cierto es que muchos brasileños realmente quieren caras nuevas, pero no parecen entusiasmados con los postulantes. El principal, el exjuez y exministro de Bolsonaro Sérgio Moro, tiene entre un 10 y un 11 por ciento de votos, según Quaest.
Aun así, Praça cree que es pronto para darle por muerto.
«Si Moro empieza a ser un candidato viable en los próximos meses, aliándose al PSDB, por ejemplo, las cosas empeorarán para Bolsonaro, porque hay gente que no quiere votar a Lula de ninguna forma pero que también rechaza a Bolsonaro», apunta.
Quien sí parece sentenciado es Ciro Gomes (Partido Democrático Laborista), un nombre conocido del centro-izquierda que quiso ser la alternativa atacando duramente a Lula, estrategia que no dio los frutos esperados hasta el momento. Ya ha sido superado por Moro en el tercer escalón del podio.
«No hay espacio para dos candidatos de izquierda. Lula ya ocupa ese espacio, y ahora Moro competirá para ser la alternativa a Bolsonaro en la derecha», considera el analista.
También parecen destinados al olvido otros candidatos que estos días hacen discursos grandilocuentes pero que no tienen apenas gancho popular. Un caso paradigmático es el del gobernador de São Paulo, João Doria, que desde hace tiempo se presenta como la alternativa al bolsonarismo (a pesar de que en 2018 fue un entusiasta del actual presidente) pero que no consigue despegar en las encuestas.
Otros precandidatos del centro-derecha, como la senadora Simone Tebet (Movimiento Democrático de Brasil) o el presidente del Senado, Rodrigo Pacheco, simplemente son unos grandes desconocidos para el brasileño medio. Sus candidaturas sirven más bien para que los partidos subasten su apoyo a los candidatos principales a un mejor precio y previsiblemente serán retiradas a medida que se acerquen los comicios.
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