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El fantasma de la suspesión de pagos planea sobre la deuda venezolana

Hasta ahora, el Gobierno ha demostrado tener cultura de pago. Pero si se sueltan los demonios (crisis económica más tormenta política) las cosas podrían cambiar. Los mercados no solo se rigen por la oferta y la demanda. También por el factor psicológico. Si no sabe manejar la emergencia que se le viene encima, el chavismo puede desembocar en un default así como un despechado termina abrazado a una rockola como su tabla de salvación. Hasta ahora, el Gobierno ha demostrado tener cultura de pago. Pero si se sueltan los demonios (crisis económica más tormenta política) las cosas podrían cambiar. Los mercados no solo se rigen por la oferta y la demanda. También por el factor psicológico.

La gran pregunta es: ¿Caerá el chavismo en default? ¿Recurrirá a la cesación de pagos? Hasta ahora, no ha dado muestras de que vaya a quedar mal con Wall Street. El chavismo tiene —para decirlo en el argot que suele usar la calificadora de riesgo Standard & Poor’s— cultura de pago. Eso la ayuda. Nunca ha quedado mal, a pesar de que vocifera en contra del imperio y de la globalización. Pero ésa es parte de su retórica manipuladora, que siempre deja un margen de duda.

Por eso, en vísperas de que tuviera que honrar más de 7 mil millones de dólares por compromisos financieros externos en octubre pasado (por el vencimiento de los bonos soberanos y de PDVSA), surgieron todo tipo de especulaciones. Una de ellas, que no pagaría. Otra: que vendería Citgo para saldar la deuda. Nada de eso ocurrió. Los chicos rojos cumplieron al pie de la letra con sus obligaciones. Ellos son así: hablan como socialistas, pero se comportan como neoliberales. No sólo porque pagan con puntualidad a Wall Street, sino porque compran caballos pura sangre y andan en lujosos jets.

Así que el fantasma del default se diluyó temporalmente. Y ahora vuelve a aparecer en los medios internacionales. Es que Venezuela siempre levanta sospechas. Sobre todo ahora, cuando los precios del petróleo, el rubro que genera 96 por ciento de nuestros ingresos, han bajado considerablemente. Los economistas ya sacaron la cuenta: dejaremos de percibir 18 mil millones de dólares en 2015 por el descenso de la cotización del crudo. Claro que es como para preocuparse: las arcas enflaquecen y el descontento (lo dicen todas las encuestas) arrecia. Por eso la pregunta es clave: ¿Qué hará el Gobierno con la economía en un año en que se celebrarán elecciones parlamentarias? ¿Cancelará la cita electoral bajo cualquier excusa para no correr el riesgo de una estrepitosa derrota en las urnas? ¿Aplicará un programa de ajuste más o menos sensato para conjurar la crisis que se le viene encima? ¿Aumentará el precio de la gasolina? ¿Sincerará el precio del dólar? ¿Aumentará los impuestos?

¿O seguirá cuesta abajo en la rodada? ¿Qué significa que siga cuesta abajo en la rodada? ¿Qué la economía se vaya por el despeñadero? ¿Que esto se convierta en un pandemónium y en el horizonte no quede otra cosa que el default? Ese escenario, aunque desde luego sería extremo, muy costoso para la revolución, y para el país mismo, no es del todo descartable. Si bien los chavistas han pagado puntualmente, también han manejado la economía con una irresponsabilidad sin precedentes. Han malbaratado un millón de millones de dólares. Han destruido el aparato productivo. Han provocado una diáspora de 1,6 millones de venezolanos que no ven luz en un país que antes era receptor de inmigrantes.

Y hay otra cosa: en medio de una crisis económica como la que ya se ha instalado, y que exacerbará el malestar social, en un entorno de por sí polarizado, cualquier capitán, por muy experimentado que sea (y el que tenemos no lo es), puede perder el control de la nave. Eso es lo que puede ocurrir: se puede perder el control de esta nave llamada Venezuela. Y ahí cualquier cosa puede ocurrir, incluido el default.

Justo por eso es que surge nuevamente una alharaca con lo del impago. Porque los agentes económicos temen que el chavismo no sepa manejar la emergencia que se le viene encima y que al final desemboque en el impago así como un despechado desemboca en una rockola como su única tabla de salvación. O lo que cree su tabla de salvación. Y ya lo han advertido las calificadoras de riesgo. Encendieron la luz de alarma incluso antes de que los precios del petróleo se deprimieran en la magnitud en la que se han deprimido. ¿O no bajó Standard & Poor’s, en septiembre pasado, la nota de la deuda soberana de largo plazo de Venezuela de B- a CCC+? Lo que planteaba la agencia es que en los próximos dos años, contados desde la fecha en que emitió su dictamen, el riesgo de impago del país podría aumentar por las distorsiones presentes en la economía y por la alta polarización política. Pero las cosas han cambiado de septiembre para acá: cuando la calificadora emitió su veredicto, el panorama petrolero no lucía tan sombrío como ya luce hoy. Eso indica que probablemente en su próxima calificación será más dura con Venezuela.

También lo advirtieron los chinos. Así que no es un asunto imputable al imperio, como quiere hacer creer Maduro, que habla de un supuesto bloqueo económico internacional como si estuviera a punto de desatarse la III Guerra Mundial. ¿Se prestan los asiáticos, que son sus socios, para esta componenda? Si Maduro habla de un complot, y la calificadora Dagong —la más importante de China, adscrita al estatal Banco Popular de China— le bajó la nota a Venezuela, en julio pasado, de BB+ a BB- , y asomó la posibilidad de un default, quiere decir entonces que los chinos también están involucrados en el plan para desestabilizar la economía venezolana.

¿Qué dijo Dagong? Auguraba un riesgo elevado en el corto y en el mediano plazo para la deuda venezolana. ¿Por qué? Por lo mismo que señalaba Standard & Poor’s: porque “la grave situación económica que atraviesa el país arrastrará a Venezuela a una recesión en el corto plazo y exacerbará el riesgo de intranquilidad social”. Eso dijeron los chinos: los mismos que le prestan dinero contante y sonante al Gobierno chavista. Los que firman convenios con Venezuela y postulan en su Constitución el socialismo de mercado. Los que tienen en su inconsciente colectivo al patriarca Mao Tse Tung y, aun así, ven el panorama con la claridad propia de un agiotista. El panorama es negativo. Para ellos y para los gringos. Y eso hace que el financiamiento se encarezca. Aquí y en Pekín.

No es ninguna conspiración: es la realidad del mercado, que los chinos saben interpretar muy bien porque, no en balde, manejan la segunda economía del mundo, con un Producto Interno Bruto (PIB) de 9.181.377 millones de dólares, según cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI). Eso equivale a casi el doble del PIB de Japón y más de la mitad del PIB de un monstruo comercial como los Estados Unidos. Y sí: los chinos también se temen un default en Venezuela. Y ocurre lo mismo que con Standard & Poor’s: cuando Dagong dio a conocer su informe, el precio del barril de petróleo pasaba de los cien dólares y no estaba tan claro, como está ahora, que la cotización bajaría a los sesenta dólares en que se encuentra actualmente, y con un pronóstico no muy favorable para 2015.

Así que, cierto: los chavistas tienen cultura de pago. Pero también tienen cultura del desastre. Cualquier cosa puede pasar en Venezuela. Por eso el pánico en el mercado cambiario. Por eso se agita de nuevo el fantasma del default, aunque el Gobierno tenga cómo responder con puntualidad a Wall Street. No importa: lo que importa no es lo que es sino lo que parece. Las economías también se mueven a punta de nerviosismo. Lo único que juega no es la oferta y la demanda. El factor psicológico es capital. Y este gobierno, que expropia, que ataca con misiles al sector privado, que saca los tanques a la calle para acallar la protesta social, que un día dice que venderá Citgo y al día siguiente jura lo contrario, que un día dice que subirá la gasolina y al otro día se desmiente a sí mismo, no es un calmante para nadie. De allí el drama. De allí que el default forme parte de los cálculos de muchos. Los fantasmas también cuentan en la era de la globalización.

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