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La muerte de los niños wichi en Argentina, entre el hambre y el olvido

«Para el criollo somos menos que basura», resume Valerio Cobos, cacique wichi, el pueblo originario del norte argentino que sufre la muerte de sus niños. Desde enero han fallecido ocho desnutridos y dos más por causas asociadas a la falta de agua y comida.

Diezmados en el siglo pasado por el exterminio criollo, los indígenas en Argentina son apenas 2,38% de 45 millones de habitantes distribuidos en 31 etnias, según el censo de 2010.

En el noroeste, la zona más pobre del país, Salta es la provincia con mayor población indígena (6,5%), la mayoría wichi, que habita desperdigada en zonas rurales y sobrevive con la venta de carbón y artesanías.

Valerio lidera a unas 50 familias que resisten el avance de la ciudad de Embarcación, erigida sobre tierras que los wichis reclaman como propias.

Muchas mujeres sólo hablan wichi y se resisten a recurrir a hospitales adonde no hay intérpretes. Tras la seguidilla de muertes infantiles, el gobierno salteño decretó la emergencia sociosanitaria.

En brazos de la ministra de Salud salteña, la pediatra Josefina Medrano, murió en febrero una niña de 5 años en un hospital en la frontera con Bolivia y Paraguay.

«Hace muchos años que sucede esto en Salta», reconoció. Hasta ahora ningún gobierno lo remedió.

Agua para vivir

Misión Chaqueña, 310 km al norte de la ciudad de Salta, es la comunidad wichi más numerosa con unos 8.000 habitantes.

Algunos viven aislados en este paisaje de monte cerrado con veranos tórridos e inviernos inclementes.

Los más afortunados tienen energía eléctrica, ninguno agua potable. Son frecuentes los cuadros de diarreas, vómitos, herpes y parásitos.

La dentadura completa es un privilegio de los niños, el chagas un denominador común y el dengue una amenaza constante.

En Misión Chaqueña funciona una escuela bilingüe primaria y secundaria, pero ante la pobreza muchos dejan de asistir. «La ropa, el calzado, si no se tiene qué comer, no se puede», justifica Elsa Rojas, analfabeta y madre de dos niños.

Suicidios

A la maestra wichi Rosa Rodríguez le preocupa la falta de esperanzas. «Desde enero se suicidaron cuatro adolescentes, necesitamos que puedan seguir estudiando», dice al relatar que el último suicidio, de un adolescente de 16 años, ocurrió hace dos semanas cuando se ahorcó de un árbol.

Aunque muchas madres reciben ayuda social del Estado por sus hijos menores de seis años, el beneficio es de unos 2.600 pesos mensuales (40 dólares) y sólo alcanza a aquellos documentados en una población donde el registro es irregular.

La burocracia y las distancias también conspiran.

De eso sabe Estela Cabral de 60 años. Su hijo José, de 37, está incapacitado por una meningitis que padeció a los seis meses de edad. Nunca logró una pensión.

Desde hace cuatro años también cuida a su hijo Ángel, de 40, parapléjico tras descerrajarse un tiro en la sien en un fallido suicidio «por falta de trabajo y por el alcohol», según su madre.

Sin futuro

En opinión de Rodolfo Franco, un médico de Buenos Aires al frente de la única sala de salud en Misión Chaqueña, los indígenas están muriendo «de hambre y sed, de desnutrición, deshidratación, falta de trabajo y futuro».

En su desvencijado hospital falta de todo. La camilla de partos se quebró a la mitad hace años y la partera, Balbina Gutiérrez, se ilusiona con conseguir otra para que las madres no tengan que parir como equilibristas.

«Necesitamos sábanas, están muy rotas, y desinfectante», enumera.

No hay ambulancia y la más cercana está en otro hospital a 45 km por camino de tierra.

«No hay estufas ni ventiladores», se queja el médico Franco. Tampoco días libres porque es el único doctor.

Beber o morir

En Misión Chaqueña los wichi recolectan agua de lluvia o la extraen con una bomba que funciona unas horas al día.

«El agua sale con gusanitos rojos, a veces amarilla y deja los bidones negros, ¿ve?», muestra María a la AFP.

Los recipientes son envases de herbicidas que descartan las fincas vecinas, adonde rebosan tomates y pimientos.

«Queremos agua buena para tomar, para hacer huerta», reclama Isabel Rojas, una wichi de 50 años.

Al sol, los bidones muestran gusanos e insectos. Isabel recoge un poco en un tacho, lo cubre con su camisa a modo de filtro y bebe.

Las autoridades desplegaron unidades de potabilización. Un centro de recuperación nutricional infantil con doce camas funciona en la zona y la Cruz Roja anunció ayuda, pero en Misión Chaqueña aún esperan.

Para Nora Segundo, cacique de la vecina Carboncito, el tiempo se agota.

«¿Hasta cuándo vamos a esperar y seguimos esperando y esperando? Hay muchos chicos muertos. Mi nena de 4 años está desnutrida, no sé qué hacer».

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La muerte de los niños wichi en Argentina, entre el hambre y el olvido

A.E.

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