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El incómodo titular de Defensa, Nelson Jobim, obligado a dimitir, es reemplazado por Celso Amorim

Rousseff y los ministros de Lula, una relación de amor odio

Una nueva tormenta se ha abatido de forma fulminante sobre el Gobierno brasileño de Dilma Rousseff. Tras las recientes y polémicas dimisiones de Antonio Palocci –Casa Civil– y Alfredo Nascimento –Transportes–, ha sido ahora el ministro de Defensa, Nelson Jobim, quien ha renunciado de su cargo, forzado por la presidenta. ¿La razón? Sus polémicas declaraciones a medios del gigante sudamericano en la que cargaba duramente contra dos ministras y afirmaba que el Gobierno de Rousseff es confuso. Se produce la incómoda casualidad de que Jobim, al igual que Palocci y Nascimento, es un político “heredado” por Dilma de su antecesor y mentor político, Lula da Silva. Su sucesor, Celso Amorim, es asimismo un hombre cercano al ex presidente. Una nueva tormenta se ha abatido de forma fulminante sobre el Gobierno brasileño de Dilma Rousseff. Tras las recientes y polémicas dimisiones de Antonio Palocci –Casa Civil– y Alfredo Nascimento –Transportes–, ha sido ahora el ministro de Defensa, Nelson Jobim, quien ha renunciado de su cargo, forzado por la presidenta. ¿La razón? Sus polémicas declaraciones a medios del gigante sudamericano en la que cargaba duramente contra dos ministras y afirmaba que el Gobierno de Rousseff es confuso. Se produce la incómoda casualidad de que Jobim, al igual que Palocci y Nascimento, es un político “heredado” por Dilma de su antecesor y mentor político, Lula da Silva. Su sucesor, Celso Amorim, es asimismo un hombre cercano al ex presidente.

El escándalo ha estallado cuando se ha hecho público un anticipo de la entrevista que Jobim, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, aliado del Gobierno, ha concedido a la revista brasileña Piauí, en la que el ya ex ministro realizó atrevidas declaraciones sobre la titular de Relaciones Institucionales, Ideli Salvatti –a la que acusó de tener una personalidad «muy débil»– y de la jefa de la Casa Civil y cabeza visible del Gabinete, Gleisi Hoffmann –de quien dijo despectivamente que «ni siquiera conoce Brasilia». Unas declaraciones que le han acabado costando el puesto.

Lo cierto es que Jobim se estaba convirtiendo en un ministro molesto, cuyas sucesivas salidas de tono estaban comenzando a ser menos toleradas por Dilma. Hace poco, en un acto público, durante la fiesta de cumpleaños del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, Jobim sorprendió a propios y extraños al afirmar sentirse “rodeado de idiotas” y que echaba de menos los tiempos en los que “el presidente del Gobierno nunca gritaba a sus subalternos”, en una críptica referencia a los años de Lula o, incluso, del propio Cardoso, junto a quien Jobim fue ministro de Justicia entre 1995 y 2003. Además, no había ocultado que en las últimas elecciones votó por el candidato opositor a Rousseff, José Serra.

Apenas seis meses después de tomar posesión como presidenta de Brasil, Rousseff ha descubierto una agridulce verdad: la herencia de su antecesor, el popularísimo Luiz Ignacio Lula da Silva, no está siendo todo lo positiva que cabría esperar, al menos a nivel gubernamental. En ese corto periodo de tiempo, ya son tres los pesos pesados del gabinete de su mentor político, a los que “heredó” al asumir el poder, que han debido dimitir en medio de escándalos públicos. Las caídas de Palocci (por enriquecimiento ilícito), Nascimento (por corrupción) y, ahora, Jobim, hombres de Lula cuya misión era apuntalar el gobierno de Dilma y reforzar la línea continuista, han puesto a la presidenta en una situación sumamente incómoda de cara a la opinión pública.

Sin embargo, es probable que la Rousseff salga reforzada del envite. La precipitada salida de Jobim, obligada por la presidenta, cuya paciencia ha llegado al límite, ha permitido a la mandataria colocar en Defensa al diplomático Celso Amorim, figura política en los Gobiernos de Itamar Franco (entre 1992 y 1995) y del propio Lula da Silva. Experto en relaciones internacionales y pieza clave de la estrategia externa de Brasil en la última década, Amorim fue elegido en 2009 por la revista estadounidense Foreign Policy como «el mejor Ministro de Asuntos Exteriores del mundo». Una incorporación de relumbrón que permite a Dilma liberarse un poco más de la sombra de Lula y quitarse de encima al incómodo Jobim.

Jobim, Palocci y Nascimento eran hombres de Lula, heredados por Dilma de su mentor político, que respondía de ellos. Su misión, en principio, era dotar de solidez institucional al gabinete de la nueva presidenta y asegurar que las relaciones con el mundo empresarial (no en vano Palocci es conocido por sus fuerte vínculos con el empresariado), las obras en que se ve inmerso Brasil para recibir el Mundial y los Juegos Olímpicos (zona de actuación de Nascimento) y la sensible defensa nacional (a cargo de Jobim) no dieran ningún problema a Dilma durante su primer mandato. Unas intenciones que se han revelado contraproducentes debido al comportamiento de los tres mandatarios, que con sus escándalos han demostrado que la herencia de Lula, al menos en relación a los cargos que dejó, no está siendo tan beneficiosa para su sucesora como se esperaba.

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