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La mandataria ha sido señalada por sus aliados como instigadora de los escándalos

Rousseff, ¿detrás de las denuncias de corrupción en su Gobierno?

La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, asumió su cargo el pasado 1 de enero. En los escasos ocho meses que lleva en el Gobierno, los casos de corrupción dentro de su ejecutivo se han multiplicado, y muchos, entre ellos las pequeñas formaciones aliadas del Partido de los Trabajadores (PT), hacen un cálculo sencillo. Lo que en el mandato de Inazio Lula da Silva era permisividad, se ha convertido ahora en una persecución sin tregua a los corruptos, muchos de ellos vinculados al ex presidente. La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, asumió su cargo el pasado 1 de enero. En los escasos ocho meses que lleva en el Gobierno, los casos de corrupción dentro de su ejecutivo se han multiplicado, y muchos, entre ellos las pequeñas formaciones aliadas del Partido de los Trabajadores (PT), hacen un cálculo sencillo. Lo que en el mandato de Inazio Lula da Silva era permisividad, se ha convertido ahora en una persecución sin tregua a los corruptos, muchos de ellos vinculados al ex presidente.

El último en caer ha sido Frederico Silva da Costa, viceministro de Turismo y miembro del Partido de la República (PR). Junto con otras 37 personas, entre ellos varios funcionarios del Estado, fue detenido y acusado de desvío de fondos del ministerio Con en casos anteriores, los detenidos habrían creado un mecanismo para desviar fondos en operaciones internas del ministerio, especialmente en cursos de formación para profesionales de turismo. Pero este no es más que otro escándalo dentro del primer y ajetreado año de Gobierno de Dilma Rousseff, que ha llamado de urgencia al ministro de Turismo para que dé explicaciones y podría, si se repiten los modos producidos hasta ahora, dimitir en los próximos días.

La pasada semana, tormenta similar se abatió de forma fulminante sobre el Gobierno brasileño de Dilma Rousseff. Tras las recientes y polémicas dimisiones de Antonio Palocci –Casa Civil– y Alfredo Nascimento –Transportes– por casos de corrupción, el ministro de Defensa, Nelson Jobim, renunció a su cargo, forzado por la presidenta. ¿La razón? Sus polémicas declaraciones a medios del gigante sudamericano en la que cargaba duramente contra dos ministras y afirmaba que el Gobierno de Rousseff es confuso. Se produce la incómoda casualidad de que Jobim, al igual que Palocci y Nascimento, es un político “heredado” por Dilma de su antecesor y mentor político, Lula da Silva. Su sucesor, Celso Amorim, es asimismo un hombre cercano al ex presidente.

Pero las detenciones en el ministerio de Turismo no ha sido el único escándalo de esta semana. También presentaba su dimisión Milton Ortolan, segundo en la jerarquía del Ministerio de Agricultura, cartera que parece ser la próxima presa de la mandataria. Esa es al menos la interpretación que hacen los partidos aliados del gobierno, aglutinados en el PMDB, de los casos de corrupción que se están produciendo en Brasil. Acusan a Rousseff de no respetar una situación que funcionaba, según los observadores, bajo el Gobierno de Lula da Silva.

Ante este panorama, partidos minoritarios aliados de Rousseff han comenzado a especular con la posibilidad de que la propia presidenta esté detrás de lo que está sucediendo. Algunos legisladores oficialistas, como Denise Madueño, Eduardo Bresciani o Eugênia Lopes, meditan estos días con crear una comisión para investigar a la mandataria. «Los partidos aliados están listos para ‘vengarse’ de la presidente Dilma Rousseff y solo aguardan el momento oportuno para crear una Comissão Parlamentar de Inquérito (CPI, comisión parlamentaria de investigación) destinada a investigar la corrupción en el gobierno federal», han declarado.

Lo cierto es que la corrupción y su denuncia es uno de los grandes problemas de la clase política brasileña. Los partidos aliados que apoyaron a Luiz Inacio da Silva, ex presidente de Brasil, habría acumulado un cierto poder, a cambio de apoyo electoral, dentro de la Administración Pública, del que se habrían valido para delinquir por medio del tráfico de influencias. El ex mandatario habría mirado hacia otra parte, algo que no está haciendo, según denuncian dichos aliados, la presidenta brasileña.

Esta frágil vitrina de alianzas e intercambios de favores, uno de los puntos débiles de los gobiernos brasileños, ha provocado multitud de disfunciones históricas. Tal vez por eso, la presidenta brasileña, conocida por su dureza en el trato, esté teniendo la tentación, si las denuncias son ciertas, de utilizar la corrupción para reacomodar su gobierno, netamente heredado de Lula da Silva. Una estrategia que, siendo el primer año de gobierno, tiene unas consecuencias asumibles de caída en la popularidad.

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