Uruguay pasará este domingo por las urnas para decidir si continúa en el poder la coalición de izquierdas Frente Amplio de la mano de José Mujica o si lleva al puesto más alto del país al político de centro-derecha Luis Alberto Lacalle, quien milita en el Partido Nacional. Entre estas dos corporaciones se reparten una gran parte de la tarta de votos de los uruguayos. Uruguay pasará este domingo por las urnas para decidir si continúa en el poder la coalición de izquierdas Frente Amplio de la mano de José Mujica o si lleva al puesto más alto del país al político de centro-derecha Luis Alberto Lacalle, quien milita en el Partido Nacional. Entre estas dos corporaciones se reparten una gran parte de la tarta de votos de los uruguayos.
Los sondeos le dan ventaja al Frente Amplio. Desde las encuestas se estima un porcentaje de votos entre el 48 y el 50% a favor del partido de José Mujica, mientras el nacionalista Luis Alberto Lacalle conseguiríaen la primera ronda el apoyo del 16% de los uruguayos. Si en esta primera votación ninguno de los partidos llegase al 50% debería hacerse una segunda ronda el próximo 29 de noviembre lo que, según se comenta, sería una buena oportunidad para que el Partido Nacional recopilase nuevas simpatías que podrían hacerles volver al cargo que ya ocupó entre 1990 y 1995.
El tercero en discordia en las elecciones con 12 por ciento de adhesión, se ubica el Partido Colorado, que gobernó más de 100 años y es considerado el fundador del Uruguay moderno de la mano de José Batlle y Ordóñez (1856-1929). Tras la debacle electoral que sufrió en 2004, hoy es dominado por el derechista Pedro Bordaberry, hijo de Juan María Bordaberry, responsable del golpe cívico-militar de 1973 que derivó en una dictadura de 12 años.
El panorama se completa con el centroizquierdista Partido Independiente, que postula a Pablo Mieres y recoge entre uno y tres por ciento de adhesiones, y Asamblea Popular, una escisión de izquierda radical del FA, cuyo candidato Raúl Rodríguez roza el uno por ciento.
Los perfiles de los candidatos a la presidencia son muy diferentes. El del Partido Nacional, Luis A. Lacalle, tiene 69 años, es un abogado que busca su segunda presidencia por el partido Nacional o Blanco de centro-derecha, después de haber gobernado entre 1990-1995. Lacalle, tras lo que parecía su ocaso político, en las elecciones internas de junio, resurgió con una fuerza que asombró a propios y extraños y pasó a ser el candidato para el nacionalista. De acuerdo a todas las encuestas puede ser el rival más duro del oficialismo, incluyendo su victoria si hay una segunda vuelta electoral.
Durante su campaña mantuvo una frase de un extinto dirigente político: «lo que es bueno para el país, es bueno para el partido». Aunque se le critica que en su gobierno hubo corrupción que él admite, Lacalle sostiene su honestidad y ha desafiado a que le demuestren si él cometió alguna irregularidad. Incluso el presidente actual del país, Tabaré Vázquez ha dicho que Lacalle «fue un muy buen presidente». Lacalle ha aplaudido algunas decisiones del gobierno de Vázquez e incluso ha revelado que se reunió con el mandatario «más veces de la que se cree», en lo que admite es una relación amistosa.
Por su parte, José Mujica de 74 años, candidato del izquierdista Frente Amplio, en el poder. Fue uno de los integrantes del «Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros» que en 1962 se alzó en armas hacia 1962 contra gobiernos democráticos, pero las fuerzas armadas los aplastaron unos 10 años más tarde y en 1973. Recostado en su imagen pueblerina, de figura tanto paternal como furiosa cuando lanza insultos, lucía una figura descuidada que modificó durante la campaña. En su carrera política fue diputado, senador, ministro de Ganadería y Agricultura entre 2005 y 2008 cuando renunció. No se sabe a ciencia cierta en cuantas operaciones clandestinas participó con los tupamaros, la organización rebelde surgida en 1963 a la que se le comprobaron secuestros, asesinatos, robos, incendios y asaltos.Su discurso, empero, es ambivalente. Cuando «digo una cosa te digo otra», ha sido una frase acuñada a lo largo de su carrera política que para sus críticos describe su ambigüedad.
Pero ambos candidatos tienen algo en común. Tanto Mujica como Lacalle se ubican más cerca de los extremos del espectro ideológico que sus votantes. Mujica, con imagen y trayectoria muy lejanas a las de Vázquez, montó su campaña en los logros de este gobierno, ayudado por su compañero de fórmula, el ministro de Economía de casi todo el periodo, Danilo Astori.
Esa era, según observadores, la única manera de sumar a los sectores más moderados del electorado del FA y de paso limar agudas asperezas, incluso públicas, con el propio Vázquez, quien puso a la izquierda uruguaya por primera vez en el gobierno y hoy es el líder consolidado del sector. Tampoco era cuestión de desperdiciar los buenos indicadores socio-económicos registrados desde 2005, con un crecimiento acumulado del producto interno bruto de 35,4 por ciento, el desempleo en una caída histórica de 13 a siete por ciento de la población económicamente activa y la creación de 200.000 puestos de trabajo.
En ese período la pobreza cayó de 32 a 20 por ciento y la indigencia se redujo de cuatro a 1,5 por ciento en este país de 3,3 millones de habitantes. El gobierno también inició una reforma del sistema sanitario para asegurar la atención de salud universal.
La estrella de los avances del FA es el Plan Ceibal, que consistió en la entrega de una computadora portátil a cada escolar, con conexión a Internet en todas las escuelas del país.
A diferencia de Vázquez, un oncólogo destacado y con poco camino político recorrido hasta los años 90, el postulante a sucederlo es un ex guerrillero de lenguaje coloquial, un tardío cultivador de flores que cambió su pantalón gastado por ropa más formal, obligado por sus asesores.
Con 74 años y un cuerpo maltratado, «El Pepe» está muy lejos del joven que en los años 60 fue uno de los jefes del guerrillero Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros (MLN-T), devenido en partido político luego de la recuperación de la democracia en 1985. También quedaron atrás más de 12 años de prisión en las condiciones extremas que la dictadura impuso a los ocho dirigentes insurgentes que tomó literalmente como rehenes, para evitar que el MLN-T volviera a empuñar las armas, tras la derrota militar que sufrió en 1972.
Desde el Partido Nacional, Lacalle presenta el perfil más radicalmente neoliberal de estas elecciones uruguayas. Es el nieto del histórico líder nacionalista Luis Alberto de Herrera (1873-1959).
Llegó al gobierno en 1990 cuando el Consenso de Washington cobraba vida y se expandía por América Latina. Llevó adelante políticas económicas en sintonía con principios como la disciplina fiscal, la apertura de la economía, el achicamiento del Estado y las desregulaciones. Pero Lacalle vio frustrarse una de las acciones centrales de su gestión, la venta de empresas públicas de gran peso en la economía nacional, trabada por un plebiscito que derogó en 1992 la ley que habilitaba esa operación.
Ahora su propuesta neoliberal está más sosegada, tal vez a disgusto. Algunos lo atribuyen al fracaso que ha cosechado esa corriente a raíz de la crisis financiera mundial, y otros a la influencia de su compañero de fórmula, Jorge Larrañaga, de perfil más socialdemócrata.
Además del máximo mandatario de Uruguay, en el sufragio de este domingo se votará la integración del Parlamento y se decidirá sobre dos plebiscitos por la anulación de la Ley de Caducidad y el voto epistolar.