Inciso sobre la situación actual venezolana. Necesario un corte en la serie volcada a la revisión de las experiencias conocidas de transiciones a la democracia y el mercado en el mundo. La realidad presente del país y la apropiada preparación para los afanes transicionales exigen mucho y resulta obligante atenderlas.
He tenido la fortuna de diversas reuniones de trabajo sobre aristas diversas de la complejísima problemática nacional de cara a una eventual transición. La política está complicada; la economía, en pésimo derrotero y mal atendida; los problemas de todo orden, a reventar; y las instituciones y el liderazgo para atenderlos, ausentes, desbordados, impreparados u ocupados de sus pequeños intereses.
Frente a esos problemas, la revisión que nos planteamos -de cuyo éxito nos sentimos muy complacidos- no llega a cumplir su cometido básico: permear la discusión nacional necesaria a la definición de una esperanza válida. Saber que hay un debate transicional en la línea apropiada en el país debería ser un atisbo de expectación. Pero, no lo hay, por varias y preocupantes razones.
Primero, lo que hay como debate no ha resuelto el que debió ser su primer cometido: adentrarse en las referencias universales válidas al respecto, para iniciarlo productivamente. Ellas existen. No hay que inventar el agua tibia, como pretenden algunos. De lo que se trata es de remitirse al “estado del arte” en las dos grandes líneas transitológicas conocidas.
En el mundo existen la “Transición a la Democracia”, línea formulada originalmente formulada por Dankwart Rustow, en 1969-70, con variantes (ejemplo: Johns Hopkins); la “Transición del Comunismo al Mercado”, surgida en 1989-90 y el caso chino, modalidad ubicable en la segunda línea, aunque iniciada antes y con elementos diferenciales.
Hacer otra cosa es improvisar. Y constituye, no solo una demostración de ignorancia en el tema, sino de los procesos convencionales de gestión del conocimiento. Y eso no solo pasa, sino que es la corriente principal, incluso en el medio académico. Muy mal estamos. Eso requiere corrección.
Postular que muy diversas aproximaciones “libres” son posibles, que se llegue al tema por la vía del diccionario, o que se crea que transición es un “semantema” que “se haría necesario diseñar discursivamente”, es estar extraviados frente al objeto.
Y no debe ser así. Es tan sencillo, pero tan exigente, como el reconocimiento y abordaje del “estado del arte” disponible en el mundo. Eso nos ahorraría mucha cháchara inútil y permitiría posicionar los auténticos asuntos a revisar, debatir o desarrollar a partir de lo conocido.
Acabo de hacer una punción en el estado de la situación de la discusión profesional sobre la transición a la democracia en el país y debo decir que junto a muy meritorios aportes, esmerados manejos, una agenda potencial de claro interés y gente interesada en avanzar, hay una muy endeble base de partida.
Eso se refleja en la esfera crítica de la política. Es la esfera decisiva en las transiciones a la democracia. Éstas se apoyan en cambios institucionales vertebrales (tampoco hay pleno consenso en el país sobre ello) y –una tesis personal que proponemos- en el valor de estabilidad que es concedido por la fortaleza económica; pero todo, mediado por la calidad de la política transicional. Y ahí hay una falla relevante.
Creer que todas las transiciones a la democracia se resuelven con negociaciones o elecciones y que llegan solo hasta la ruptura del orden establecido es no haber estudiado, ni la dinámica política exigida a los demócratas por ese tipo de procesos –lo que hemos llamado el “vaciamiento político” del régimen totalitario- que es lo contrario a la negociación, ni el hecho de que las transiciones negociadas son solo uno de los tres tipos posibles y no precisamente el preferible.
En ese sentido, la ignorante insistencia en las elecciones como único “juego” político implicado por la transición, sin reconocimiento de los otros juegos necesarios, es una extrema debilidad de la política democrática y un riesgoso manejo frente a un régimen con las características del actual venezolano.
Frente a ello, planteamos un corte y replanteamiento de los afanes transicionalistas. Y nos toca a los transitólogos. No a diletantes. Y voy a ello. Como punto de partida y cartilla –disculpen la pretensión- para cualquier acción.
Primero, no es transición a cualquier estado: es a la democracia plena (consolidada) y el mercado. Segundo, eso obliga a las referencias transitológicas respectivas; no a cualquier Politología. Tercero, no es un afán del corto, sino del largo plazo. Las transiciones son procesos de largo aliento. Cuarto, es un proceso centralmente político, dirigido a cambios institucionales profundos; entre los cuales, los económicos. Quinto, su “Big Bang” es un asunto de liderazgo, no de masas.
Sexto, es un proceso de creación de un nuevo bloque progresista nacional. Séptimo, ese bloque está inmanentemente obligado a un proyecto integral de futuro. Octavo, ese proyecto puede y debe ser operacionalizado en corto, mediano y largo plazo. Noveno, la orientación la provee el largo plazo, por intermedio de una visión de país. Y décimo, el programa de arranque, además del respeto a la orientación, debe ocuparse de las acechanzas iniciales y la inicial adecuación al fin buscado.
Un decálogo, pues. Una hoja de ruta que desecha lo innecesario y se concentra en lo requerido. Una hoja que da cabida a muchas iniciativas de naturaleza variada, pero obligadas a un foco válido.
Un día podríamos trabajar en la operacionalización de ellas, la definición de sus criterios de éxito, condiciones iniciales para su asunción y los pasos necesarios para su honra. Sería un interesante ejercicio de gerencia política.
Hacerlo lo defino como necesario. El país no resiste ahorita un proceso político democrático errado o ineficiente. Créanme que el alerta es necesario. Por ello, esta corrección a la bitácora de nuestra serie.
* Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1
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