Venezuela ha alterado la relación entre economía y política. Tal como hemos planteado de otras formas, lo importante no es, como en casi todas partes, la política económica, sino la Economía Política. No es hacerlo bien y crear bienestar general, sino distribuir a los afectos y viabilizar el proyecto político excluyente. Que las cosas se hagan de manera subrepticia no cambia el núcleo duro del proceso que se suscita.
Venezuela ha alterado la relación entre economía y política. Tal como hemos planteado de otras formas, lo importante no es, como en casi todas partes, la política económica, sino la Economía Política. No es hacerlo bien y crear bienestar general, sino distribuir a los afectos y viabilizar el proyecto político excluyente. Que las cosas se hagan de manera subrepticia no cambia el núcleo duro del proceso que se suscita.
Ahora arranca la recta final hacia las elecciones presidenciales. Y ya se observa una aún mayor sobrepolitización de la vida nacional. La economía tiene que esperar de nuevo. La situación es negativa a todos. Aunque el régimen suponga la conveniencia de destruir.
Nosotros mismos hemos adelantado análisis hacia lo que viene y sus implicaciones. Arrancando por lo político. Es inevitable. Es lo que marca la vida nacional.
Por ejemplo, se nos ha invitado a proponer o participar en procesos que conducen a lo electoral. O nos hemos percatado de los movimientos del Gobierno y sectores partidistas opositores que también confluyen en lo mismo.
El Gobierno está combinando marrulleramente el uso de los ejes estratégicos que domina (producción de leyes de rango constitucional, violencia oficial e ilegítima y movimientos internacionales), con un todavía no advertido proselitismo hacia sectores fuera de su rango de influencia (clase media, trabajadores del menguado sector privado).
Se conoce, en la oposición, de unas pocas iniciativas hacia un programa mínimo de Gobierno o un elusivo Proyecto de País. Ya hay movimientos parciales de figuras de la oposición partidista hacia la formación de sus bases de poder en función de aspiraciones electorales. Pero, más nada.
Mientras, la recesión y la inflación campean, sin que las condiciones para la producción y el empleo productivo y la conducta del Estado en las políticas fundamentales ayuden a pensar en una recuperación. Crecimiento cercano a cero e inflación alrededor de veinte son hipótesis plausibles para el año próximo.
Y es que el balance es de incertidumbre. Es la mejor previsión, tal como planteábamos hace unas semanas. No hay un reacomodo al centro del Gobierno, que permita una mínima distensión (por no decir, normalización), mantenga una masa mínima de actividad económica interna, aminore las filtraciones al exterior y remita la política a una comparación de ofertas y no al dilema entre desastre y esperanza.
Precisamente, por nuestra manera de entender las cosas y líneas de trabajo de los últimos tiempos, nos interesaría un debate extenso y profundo en los planos de los incentivos políticos y económicos de las dos opciones que se medirán en la crucial elección del 2012.
Pues, hay un modelo económico y político en pleno despliegue de parte del régimen y no resulta claro lo que representaría económicamente un triunfo de la oposición partidista. No hay dudas de que habría una recuperación de la libertad y avances democratizadores; pero los planos de la gobernabilidad y la sostenibilidad siguen siendo inciertos.
De acuerdo a diversos criterios, eso se refleja en el bajo nivel de internalización de la política partidista. Malo para la oposición. La política democrática parece gozar de la primera opción electoral, pero nada le garantiza la primacía. Entre posición favorable y resultado parece haber un foso explicado por más de un factor, entre los cuales el de el tipo de país que cada quien ofrezca. Ese y otros temas nos ocuparán en lo inmediato.