Abasto, Flores, La Plata, Quilmes, Liniers, Once, San Telmo y otros barrios de la ciudad y la provincia de Buenos Aires fueron el destino de miles y miles de peruanos y peruanas que, apenas aterrizaban, daban inicio a una misión impostergable: enviar remesas de dinero a sus familiares en Perú.
Según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) de Perú, entre 1990 y 2012, más de 2.500.000 personas registraron su salida y no han retornado al país. Argentina es el tercero de los lugares preferidos, detrás de Estados Unidos y Chile, y concentró al 14,3 por ciento de esos migrantes.
La paridad cambiaria entre el peso argentino y el dólar, que rigió desde el 28 de marzo de 1991 hasta el 6 de enero de 2002, fue la razón que motivó a muchas familias de peruanos a emigrar hacia Argentina para «hacer la América». El Plan Patria Grande, que entró en vigencia el 17 de abril de 2006 y registró legalmente a los residentes, lo que los arraigó.
Sin embargo, la crisis económica que vive Argentina y la veloz y persistente devaluación de su moneda ha derrumbado la estrategia de peruanos… y también de argentinos.
REMESAS EN BITCOINS
Sebastián Fleita Stefano es un argentino que nació en Quilmes, Provincia de Buenos Aires (este), hace 32 años. Hace cuatro, decidió seguir a una exnovia peruana que conoció en el barrio y emigrar a Lima, donde pudo desarrollarse. Hoy, esa mujer es su esposa.
Es él quien ahora envía remesas hacia Argentina, en bitcoins, y para dos fines muy especiales: cumplir con la crianza de su hija Zaira Nicole, de 10 años, y comprar los medicamentos para el asma de su madre Odelina, de 60. Transfiere unos 100 dólares a cada una por mes.
Fuentes de la empresa de courier Argenpres, que funcionó durante años en Buenos Aires enviando dinero de peruanos a su país, comentaron a Sputnik que desde hace un lustro la tortilla se dio vuelta. Si bien los peruanos siguen enviando dinero desde Argentina, ahora también reciben mucho dinero desde Perú, destinado a paliar la crisis económica local.
Las remesas en Perú son uno de los pilares de la economía de consumo. Se enviaron 3.326 millones de dólares en 2019, un aumento del 3,13 por ciento en relación al año anterior y un nuevo récord histórico desde que se tiene registros.
La cifra, que fue similar en 2020, representa el 1,4 por ciento del producto bruto interno (PBI) peruano.
La implicancia de las remesas en Argentina no son tan determinantes en la economía: según el Banco Mundial, se mantienen en unos 500 millones de dólares desde 2005.
Lo que sí cambió fue el origen de ese dinero. Y lo hizo al ritmo de la devaluación: en 2005, cada dólar valía tres pesos, mientras que en la actualidad, oscila los 92.
«No es una millonada lo que les mando, pero les ayuda porque la situación está cruda, en estos años se súper devaluó el peso pero es lo que se veía venir. Al que trabaja no le falta pero cada vez le falta más. Antes eran 100 pesos y ahora son 1.000», resume Sebastián, en diálogo con Sputnik.
Y completa con lo que fue en sentido inverso, o sea, la historia de su compañera: «La familia de mi esposa mandaba plata de allá (Argentina) para acá (Perú) y ahora de allá se volvieron para acá porque están mejor. Te cuentan que es tremendo como se devaluó y todos le echan la culpa a los gobiernos».
DE REBUSQUES Y SUEÑOS
Como ocurre en toda corriente migratoria, la actividad de la construcción fue la principal puerta de acceso para los argentinos que llegaron a Perú.
Es el caso de Sebastián y también el de Andrés Riquelme, oriundo de la provincia de Corrientes (noreste), y quien a pesar de llevar al litoral bien adentro de su sangre, no siente deseos de volver. «La extraño a mi vieja y a mis hermanos, pero no extraño más nada, cuando quiero me hago mis asados», se convence.
Salió de Argentina junto con su compañera peruana durante el estallido social de 2001 y supo reconstruirse hasta lograr abrir su propia empresa de reparto de gas. Tener la posibilidad de emprender es una de los argumentos más repetidos cuándo se habla con migrantes argentinos en cualquier parte del mundo.
«Le mando remesas a mi vieja, Ramona Escobar, que tiene 67 años», cuenta Andrés a esta agencia, «ella cobra una pensión pero le mando porque soy su hijo y porque está dentro de las posibilidades, son entre 100 y 150 dólares por mes».
«Mi madre dice que las cosas suben a cada momento, la plata tiene menos valor y la delincuencia está terrible. Te matan por todo y por nada y la plata no alcanza», resume.
Sebastián sí quiere regresar, al menos de visita. Extraña salir a la calle y pisar el pasto -se queja de que en Lima «todo es asfalto»-; extraña el olor a barro cuando llueve y jugar a la pelota bajo la lluvia. Y, claro, también extraña a su madre y a su hija, a quienes no ve hace cuatro años.
«Tampoco quiero ir a volver a trabajar para otro, Perú a mí me abrió los ojos a otras cosas. Allá pensaba que toda la vida iba a trabajar para alguien y desde que llegué a Perú me convertí en independiente», resuelve.
La historia de Sebastián, Andrés y millones de hombres y mujeres que migran por el mundo es la misma: con el fin de superar un mal pasar, terminaron superándose a sí mismos, pero sin olvidar de donde vienen.
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