Pensar la situación venezolana

Cada realidad es única, temporal y territorialmente. Pero todas responden a patrones. Incluso las pretendidamente innovadoras. El fulano Socialismo del Siglo XXI –pésimo comunismo “pata quebrá” de la peor ralea- está en puertas de una inflexión mayor. Acuerdo más, acuerdo menos, sobre la naturaleza de su situación, estará forzado a un cambio de su ruta estratégica. Intensificación de su proyecto totalitario, cambio de menú de opciones o cesión a una transición son posibilidades ahorita. No las únicas, pero posibles. Cada realidad es única, temporal y territorialmente. Pero todas responden a patrones. Incluso las pretendidamente innovadoras. El fulano Socialismo del Siglo XXI –pésimo comunismo “pata quebrá” de la peor ralea- está en puertas de una inflexión mayor. Acuerdo más, acuerdo menos, sobre la naturaleza de su situación, estará forzado a un cambio de su ruta estratégica. Intensificación de su proyecto totalitario, cambio de menú de opciones o cesión a una transición son posibilidades ahorita. No las únicas, pero posibles.

Desde la perspectiva del interés de la democracia, un ingrediente medular está faltando: una opción nítidamente asociada a la movilización social, y nos atrevemos a lanzar la tesis de su conveniente distancia de la realidad de polarización patente desde años. La movilización plural, ojalá que en un esquema de dirección política amplia, parece ser un requisito para el avance a una transición a la democracia. Lo digo clara y dramáticamente: lo que está pasando no es sólo una oportunidad de la sociedad democrática. Podría serlo también de un “chavismo sin Chávez”.

Indeseado, pero factible. La crisis del sistema por su crónica ingobernabilidad democrática, ahora reforzada por la falta de aprobación, reconocimiento y popularidad y su pérdida de eficacia para mantener su cohesión y legitimidad, no son atributos suficientes para su pérdida de viabilidad. Si en el interior del “bloque histórico” dominante hay sectores que las garantizan, son también candidatos a la transición o incluso, podría suceder sólo el cambio en las áreas disfuncionales. O sea, que la única salida planteada no es una transición a la democracia. Podría serlo un remozamiento o cambio lampedusiano del régimen.

Desde el punto de vista de la sociedad con aspiraciones democráticas, entonces, procede mirar la situación venezolana a la luz de los patrones conocidos o estudiados –incluso hipotetizados- sobre las condiciones del arranque de efectivos procesos de transición del totalitarismo a la democracia. Transición a la democracia y no transición democrática, tal como nos hemos empeñado en diferenciar desde que el tema recibió sus primeras e imprecisas menciones en la discusión pública nacional.

Hemos sido duros (también incomprendidos) en el reclamo de una politización de la sociedad democrática que responda a las específicas características de la situación general, caracterizada por nosotros en términos de un conflicto político inédito, complejo, avanzado, de difícil resolución y destino incierto. Totalmente distintas a una implícita caracterización en términos de una disfuncionalidad democrática; o, peor aún, de plena normalidad, resoluble por la vía puramente electoral. Politización versus electoralismo debería ser el dilema principal de aquélla. Con todas sus implicaciones.

En la dirección de esa politización ha habido avances importantes, aunque centrífugos. Pocos en la dirección política formal de la oposición institucional estarán dispuestos a reconocer el importante aporte de Diego Arria, a partir de los eventos con su finca y sobre todo su gira de información y denuncia en EEUU y Europa. En esos eventos se cumple el tantas veces mencionado “Efecto Mariposa” del estudio de sistemas complejos: un pequeño movimiento en un confín del planeta puede desencadenar cambios importantes en toda su extensión.

Su impacto posiblemente se deba a la activación de uno de los flancos más débiles y desatendidos de la acción política opositora: el mundo exterior. El flanco interior se ha movido y mucho, pero no plenamente politizado. No con base en una estrategia sistémicamente definida de organización, movilización y difusión, atribuible a la dirección política formal de la oposición. No con consideración de todos los frentes del conflicto y áreas de expresión de la política. A eso nos referimos cuando clamamos por el déficit de politización.

Para todo, la “pole position” la tiene la llamada “Mesa de la Unidad Democrática”. Es la única dirección política visible. A ella corresponden entonces las tareas necesarias. Tras ella hay una sociedad democrática anhelante de asertividad política. Lo electoral es sólo una de sus esferas. Derivada de las otras, por lo demás.

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