Dramático el retrato de la economía venezolana que realiza la calificadora china Dagong Global Credit. Pero no lo dice todo. Más allá del análisis macroeconómico formal se ocultan un inexplicable manejo político, un desdibujamiento del Estado necesario y un número importante de torpezas y lacras. Dramático el retrato de la economía venezolana que realiza la calificadora china Dagong Global Credit. Pero no lo dice todo. Más allá del análisis macroeconómico formal se ocultan un inexplicable manejo político, un desdibujamiento del Estado necesario y un número importante de torpezas y lacras.
Parados a mitad del segundo mes del tercer trimestre, no conocer la cifra oficial del comportamiento del PIB en el segundo trimestre –por ocultamiento ilegal de la información- no significa que no se pueda afirmar que también tuvo un comportamiento negativo y que no es que el país entrará en recesión, sino que ya lo está. Eso dicen otros indicadores de desempeño económico. Cual sea la cifra oficial cae en el terreno de lo que hemos llamado el “Método Kirchner” de producción de estadísticas oficiales.
Decir que hay desequilibrios es insuficiente. Resulta necesario decir que son intencionales. Son la política y el resultado de un alocado modelo económico basado en la destrucción y la entrega del país, sin reparar en sus consecuencias. Hoy, el modelo, no es que cae en desequilibrios, sino que está patinando en un colapso, principal, aunque no exclusivamente, en lo fiscal y lo cambiario y muestra claros elementos de inviabilidad.
Un gasto público caótico, sin control, e irrespetuoso de las ineludibles restricciones económicas; un menú de financiamiento de ese gasto que hemos descrito antes, como inédito y pernicioso y un uso altamente político (política, geopolítica y corrupción deliberada) del presupuesto de divisas explican lo grueso del problema.
No es un tema de economistas, aunque tiene implicaciones económicas importantes. Es asunto de accountability e imperio de la ley. Lo que falta no es financiamiento, sino ética y gobernabilidad democrática. Los mismos convenios con China no cumplen con ese requisito. Varios de ellos son absolutamente secretos. Comprometen el destino nacional –generan compromisos- y no sabemos en qué consisten, ni cómo se les maneja.
El informe da por sentado que el gasto –que hay que discriminar entre presupuestario y extrapresupuestario- seguirá creciendo, por lo cual seguirán agravándose los problemas, sin que pueda justificarse, como lo sugiere el texto, como una contención de la recesión. El manido argumento keynesiano del gasto como factor multiplicador del producto solo opera con la realidad de un apropiado uso. No es ése el caso venezolano.
Ese gasto, el menú de financiamiento y el uso de las divisas deben ser racionalizados. Recorte y buena asignación son necesarios. El mito del gasto, por el gasto mismo, es una excusa para la ingente transferencia de riqueza de la sociedad al Estado, sin contraprestaciones, como lo establece la conceptualización básica con relación a las tareas estatales.
Porque es que para nada se menciona –tampoco en la discusión nacional- la exagerada y creciente presión fiscal, entendida, no como tanto repiten los diccionarios, en términos de carga tributaria, sino como la carga del gasto total y sus efectos, en aguda interpretación del Teorema o Efecto Ricardo-Barro, el efecto del señoreaje y el impuesto inflación. China no lo dice, pero su apalancamiento del modelo económico vigente conducirá a su explosión.
La insistencia del informe en el riesgo presente en la situación venezolana –recuerden mi insistencia en este espacio sobre ese factor- debería ocupar al régimen y a su socio en el apropiado diagnóstico de la situación y en el justo programa de ajustes y reformas necesario. Creemos ser los únicos que hemos hecho una propuesta, que, como consta a mis lectores, refiere unos diez temas.
El problema no es, como se lee en el informe, exclusivamente gubernamental. El entramado estatal –autoridad monetaria, órganos contralores, organismos financieros ad hoc sin ningún control, etc.- cooptado por el gobierno son parte esencial del problema. No es solo, entonces, un tema de políticas, sino de instituciones. El Estado se ha desdibujado y responde a un proyecto político contra natura.
Ese proyecto político se basa en un sui generis manejo de relaciones internas y externas, con licencias éticas y manejos irracionales hacia sectores de apoyo, que representan no solo una filtración importante de recursos, sino un pretexto para mantener su lógica. La discusión acerca de la imperiosidad de reducir el tamaño del Estado y su gasto, cambiar el menú de financiamiento y racionalizar el uso de los medios de pago externos no puede desvincularse de la inmensa “grasa” necesaria al mantenimiento del esquema de poder y fidelidades. Ese gasto no tiene nada que ver con la racionalidad keynesiana en el manejo del Estado.
Como visto, el Informe de Dagong dice, pero no todo lo que debió decir. Parte esencial del problema actual va más allá del pésimo desempeño. Va a la racionalidad misma del modelo y a la necesidad de una redefinición tanto de las fuentes de sostenibilidad, como de la calidad del uso de los recursos implicados.
En nuestro artículo anterior, postulamos la tesis del agotamiento del modelo. Habrá que comenzar a hablar de su viabilidad o sustitución. ¿No contemplan los chinos aunque sea una lenta emulación de China?
* Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
[email protected] / @SJGuevaraG1