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La caída del precio del petróleo deja a Maduro sin proyecto para Venezuela

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela

Con la caída de los precios del petróleo, el proyecto ‘comunistoide’ acuñado por el chavismo se ha quedado sin sponsor. Al régimen no le quedará más remedio que abrir el juego. De lo contrario, se derrumba. Con la caída de los precios del petróleo, el proyecto ‘comunistoide’ acuñado por el chavismo se ha quedado sin sponsor. Al régimen no le quedará más remedio que abrir el juego. De lo contrario, se derrumba. El deslave arrasará con el logotipo del PSUV. Ningún gobierno se sostiene si los anaqueles están vacíos. Ningún gobierno se sostiene si pisa el terreno del ‘default’. En los meses que vienen quizás veremos la segunda muerte de Chávez: el sepelio de su nefasto legado.

Como apunta Konzapata.zom, Chávez le levantó la mano como si fuera Muhammad Alí, pero sin serlo. Y de ese combustible propagandístico, más el combustible que le proporcionaba la abultada petrochequera, ha vivido Nicolás Maduro hasta ahora. Pero se le acabó la buena estrella. La crisis energética lo toca de manera personal. Maduro está montado en el ring y la mayoría lo abuchea. Tiene un escaso 22 por ciento de apoyo popular. No es Muhammad Alí. No, no es el más grande. No es un Ray “Sugar” Leonard. No es un Marvin “Maravilla” Hagler. No es un Mike Tyson dispuesto a comerse la oreja de su contendor en un trance pugilístico. Ni siquiera es un jefe de Estado: es el capitán de una gran tragedia. Con aspecto de peso pesado (el fenotipo engaña), el heredero está a un paso de recibir un nocaut fulminante. Debe sentirse muy mareado. No basta con que te nombren heredero universal en un testamento para que puedas conducir una República. O lo que queda de ella.

Pensemos en un detalle: ¿Qué hará el gobierno de Maduro cuando en marzo próximo le toque desembolsar los 2 mil millones de dólares que corresponden al vencimiento de papeles de la deuda externa? ¿Pagará puntualmente como lo hizo en octubre pasado? El ministro de Banca y Finanzas, Rodolfo Marco Torres, ha dicho que saldarán la acreencia. El asunto es que marzo no es octubre. Octubre era un paraíso al lado del marzo que vendrá. La temperatura política y social del país ha subido a niveles alarmantes. El país está al borde del Armagedón. Y en este contexto, las cosas son y serán muy diferentes. El presidente de Fedecámaras, Jorge Roig, advirtió que quedan 45 días de inventario de productos básicos. Es decir que cuando al Gobierno le toque honrar su deuda los anaqueles estarán vacíos. ¿Con qué cara saldrá el chavismo a decir que pagará a Wall Street si la gente no tendrá qué comer? No digo que no pagará: el impago tiene consecuencias gravísimas y, aparte de eso, el cinismo del Gobierno no tiene límites. Lo que digo es que, si paga, eso enardecerá aún más a un país sitiado por el desabastecimiento y la escasez. A un país que no logra satisfacer sus necesidades imperiosas.

Todo lo que Maduro y su gobierno hagan o dejen de hacer tendrá un costo político y social tremendo. Si paga a Wall Street en desmedro de la gente, eso tendrá consecuencias. Y más ahora que los factores de la oposición, con Capriles a la cabeza, han llamado a la movilización de calle. Y si dejan de pagar a Wall Street para tratar de paliar la situación interna (que es prácticamente de guerra: no hay comida ni medicinas), eso igualmente tendrá repercusiones muy desfavorables porque los agentes económicos internacionales sacarán sus colmillos para reclamar el pago. Y eso tendrá un impacto en el comercio (incluido el del petróleo) y en el crédito que Venezuela requiera. Por eso es que Maduro pende de un hilo: porque todos los caminos conducen al default. O bien al impago interno o bien al externo. Los dos son complicados. El problema de caja es más que una piedra en el zapato del régimen: es un cuchillo que acaricia su yugular.

Y para que el Gobierno logre equilibrar sus cuentas se requeriría un precio de barril a 100 dólares: una utopía muy difícil de alcanzar a pesar de la peregrinación que llevó a Maduro al Lejano y al Cercano Oriente como si fuera un personaje de Las Mil y Una Noches que busca con afán un tesoro perdido. El presidente de un país-potencia hace esfuerzos denodados por conseguir los dólares que necesita la economía para funcionar después de que el chavismo administró la colosal suma de un millón de millones de dólares con el criterio de un adicto a los juegos de azar. De allí que la gira de Maduro no suene como el lobby natural que hace un jefe de Estado en procura de divisas para su país, sino como el viaje desesperado de un derrochador que en momentos de emergencia recurre al agiotista para salir de los apuros en los que él mismo se metió. Por eso es que la gira luce impúdica. Y por eso es que los chinos, que en su Constitución hablan de socialismo de mercado y tienen muy claro lo que es la disciplina fiscal, no le han prestado más plata.

¿Qué le queda a Maduro si no ha conseguido dinero fresco y si los precios del petróleo, como prevén los expertos, no se recuperaran? Le queda que lo sigan abucheando mientras recibe golpes en el ring hasta que finalmente resulte noqueado y tenga que irse o le queda adoptar un plan de rescate de la economía que le permita a Venezuela sobrellevar el desplome de los precios del crudo. Pero la pregunta crucial es: ¿Y tiene Maduro piso político para que su gobierno soporte el costo de unas medidas que serían tan severas? ¿Tiene Maduro piso político para aumentar la gasolina? ¿Tiene Maduro piso político para aumentar las tarifas de los servicios? ¿Tiene Maduro piso político para sincerar el tipo de cambio, lo que aumentaría considerablemente la inflación? ¿Tiene Maduro piso político para aumentar los impuestos? ¿Tiene Maduro piso político para aplicarle el electroshock a un país que ha visto cómo el Gobierno permitió que se birlaran 25 mil millones de dólares de Cadivi? ¿Ese 22 por ciento es suficiente capital político para aplicar la quimioterapia? Ese es el punto.

Y no es solo Maduro quien está desahuciado en el ring. Es el modelo chavista el que hace implosión, el que está en fase terminal. El problema no es la caída de los precios del petróleo. El problema de fondo ha sido que hemos tenido un gobierno manirroto e irresponsable, que ha hecho caso omiso de una regla de oro: y es que los precios del crudo fluctúan e incluso se desploman. ¿Qué hicieron los socios de la OPEP en estos quince años? Se prepararon para la época de las vacas flacas. Apuntalaron sus reservas internacionales. Y es demostrable.

Según las estadísticas del propio cartel, citadas por el diario El Carabobeño el año pasado, las reservas internacionales de Arabia Saudita eran de 15,5 millardos de dólares en 1998 y para septiembre de 2014 ya se habían montado en 745,9 millardos de dólares; las de Irán eran de 16,6 millardos de dólares y subieron a 69,8 millardos de dólares; las de Argelia eran de 7,3 millardos de dólares y subieron a 201,4 millardos de dólares; las de Libia sumaban 8,6 millardos de dólares y se montaron en 119,7 millardos de dólares; las de Irak estaban en 7,9 millardos de dólares y ascendieron 77,7 millardos de dólares. Y eso que en algunos de esos países ha habido guerras en estos quince años. La guerra que ha enfrentado el chavismo ha sido imaginaria. Unplaystation ideológico salpicado de magnicidio.

¿En cuánto estaban las reservas de Venezuela en 1998 y a cuánto ascendían en septiembre de 2014? Cuando Chávez llegó al poder estaban en 14,7 millardos de dólares y en septiembre pasado estaban en 19,9 millardos. ¿Ahorró Venezuela lo suficiente, si comparamos la cifra con la de sus socios de la OPEP y con la ingente cantidad de recursos que recibió el chavismo? Obviamente que no. Y ahora pretende culpar al azar. No es el azar. No fue que cayó un rayo sobre nuestra economía y la hizo trizas. No es algo fortuito. Son los ciclos naturales de un commodity. El problema es el modelo y el petropopulismo llevado al paroxismo.

El petróleo, ciertamente, antes subvencionaba al modelo, pero, con la caída de los precios, el proyecto comunistoide se ha quedado sin sponsor. Y por eso al régimen no le quedará más remedio que abrir el juego. Porque lo otro sería que siguiera con sus gríngolas puestas. Y negar la realidad, cuando la realidad es tan abrumadora, le costará muy caro porque vienen grandes protestas. Las colas interminables, y sin que los consumidores tengan la certeza de que encontrarán los productos de la dieta básica, no desembocan en apoyo al PSUV. Desembocan en descontento. Eso para no hablar de la hiperinflación. ¿Qué hará el chavismo? ¿Responderá al problema de la escasez con las tanquetas lideradas por el general Padrino López? Este escenario no es sostenible. Y mucho menos ahora que Obama y Castro han sellado un pacto que supone una carta de defunción para el socialismo tropical.

¿Viene una transición? Puede que sí. Y puede que en una transición parte de la élite gobernante actual se mantenga en el poder. Con voz y voto. Con mando. En cohabitación con otros factores de poder. Pero lo que sí parece seguro es que ese cóctel venenoso compuesto por la Ley de Precios Justos, por el acoso extremo al sector privado, por las expropiaciones arbitrarias, por una Ley del Trabajo que lo que hace es estimular el desempleo, por un control de cambio que dispara el paralelo a niveles estratosféricos, no da para más. La crisis es sistémica. Y si el chavismo continúa por ese camino obtuso del Plan de la Patria, el colapso será inevitable. Elstatu quo rojo se vendrá abajo como se vino abajo una mole como el Titanic. La crisis se los llevará a todos por delante: incluido el logotipo del PSUV, que flotará entre los escombros que dejará el deslave.

En los meses que vienen quizás veremos la segunda muerte de Chávez: el sepelio de su nefasto legado. Un legado que ha sido dinamitado por la realidad. Y que tiene a las colas como su quintaesencia. ¿Qué gobierno puede mantenerse en pie así, con los automercados convertidos en tumultos y bajo tutela militar? ¿Qué gobierno garantiza la paz social si no hay leche, ni carne, ni café? ¿Qué gobierno gana unas parlamentarias así? ¿Qué gobierno es gobierno así? Ningún gobierno se sostiene si los anaqueles están vacíos. Ningún gobierno se sostiene si pisa el terreno del default. Ningún gobierno se sostiene si su jefe máximo sale a pedir prestado como quien recurre —nervioso— a una casa de empeño. Ningún gobierno se sostiene si, ante una crisis sistémica, niega la realidad. Un gobierno así no tiene futuro.

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