Cuando Cathy Claret aterrizó en España corría la década de los ochenta del pasado siglo y el pop luminoso se mezclaba en el ambiente cosmopolita de Barcelona con la furia del punk, la rebelión ‘rocker’ y los últimos latidos del viejo rock layetano. Cuando Cathy Claret aterrizó en España corría la década de los ochenta del pasado siglo y el pop luminoso se mezclaba en el ambiente cosmopolita de Barcelona con la furia del punk, la rebelión ‘rocker’ y los últimos latidos del viejo rock layetano.
Ella era una joven francesa que evocaba el recuerdo de Françoise Hardy en la concurrencia, y traía un cesto de bonitas melodías, una ramita de bossa nova en el escenario, un refrescante aire ‘naif’ y una elegancia, entre lo ingenuo y lo perverso, poco habitual entre nosotros.
Pero cayó seducida por el sur, el flamenco, la rumba, la gracia y el ingenio del sin par Kiko Veneno, y las vertiginosas ‘galopadas’ guitarreras de los reyes del nylon, como su amigo el gran Raimundo Amador, a quién le escribiría ‘Bolleré’, ese simpático homenaje al papel de fumar, que ha sido hasta ahora el mayor éxito en solitario de este guitarrista.
Más partidaria de vivir que de crear. O mejor, dispuesta siempre a convertir su existencia en su principal creación artística, Cathy ha aparecido y desaparecido periódicamente de los escenarios, a lo largo y ancho de una carrera intermitente que ya dura un cuarto de siglo.
Su última y más reciente ausencia ha durado casi una década, desde que en 2007, publicara ‘Gipsy Flower’, quizá el disco menos sofisticado de su trayectoria que cerró un periodo de siete años, en el que si mantuvo una actividad, más o menos, constante instalada en la escudería de la discográfica Subterfuge.
Y por fin la sequía está a punto de romperse, porque Cathy va a lanzar un nuevo disco, titulado ‘Solita por el mundo’, en el que al parecer mantiene su línea estilística de siempre y su vocación de franco tiradora del ritmo. O eso parece desprenderse del single que ya circula por las redes sociales.
