La pandemia global ha puesto fin a la senda de modesto repunte económico que se registraba en Brasil desde 2017, tras una recesión larga y profunda. La propagación del coronavirus y las medidas para contenerlo tuvieron un gran impacto en la demanda interna en el primer semestre de 2020, generando una fuerte contracción del sector de servicios, que representa alrededor del 63% del PIB. Sin embargo, en comparación con sus homólogos de la región, unos confinamientos menos estrictos y un mayor estímulo fiscal han dado lugar a menores pérdidas de producción. La contracción económica en Brasil será menos significativa de lo esperado: de acuerdo con la revisión de nuestras previsiones, el PIB caerá en 2020 un 4,6%, lo que supone una mejora de 1,6 puntos frente a la estimación de agosto.
El impacto del alto desempleo en el consumo privado ha sido mitigado por las ayudas de emergencia que, según cálculos oficiales, han recibido 67 millones de brasileños. Las exportaciones, que sufrieron una fuerte disminución en el primer semestre, se han recuperado y crecerán un 0,5% en 2020. De acuerdo con las actuales previsiones, la economía brasileña recuperará el crecimiento en 2021, a una tasa en el entorno del 4%. Sin embargo, una posible prolongación de la pandemia supone un importante riesgo a la baja de este escenario.
Con el fin de apoyar la economía, el Banco Central ha reducido los tipos de interés hasta un mínimo histórico y apoyado líneas de crédito para consumidores y empresas por igual. Las autoridades federales han lanzado medidas fiscales equivalentes al 12% del PIB. El déficit fiscal era ya la principal debilidad económica del Brasil antes del coronavirus. Sin embargo, la declaración de estado de calamidad ha eliminado la necesidad de cumplir con las estrictas leyes que trataban de contener el gasto público. En este contexto, se prevé que la deuda pública escale hasta el 91% del PIB. Por el momento, el riesgo monetario, de refinanciación y de impago soberano se está mitigando por el hecho de que el 88% de la deuda se financia internamente y el 95% en moneda local.
Brasil es vulnerable a los cambios en el sentimiento de los inversores internacionales pero resistente a las grandes conmociones globales. Un sector financiero fuerte, unas reservas oficiales considerables, unas necesidades de refinanciación externa relativamente bajas y el uso de coberturas de riesgo de divisas permiten que el tipo de cambio flexible actúe como amortiguador. La deuda en moneda extranjera, que representa el 39% del PIB, sigue siendo manejable. El tejido empresarial acumula el 66%, seguido del 20% de los bancos y el 14% de la Administración Pública. La mayoría de las empresas endeudadas externamente han cubierto su riesgo de divisas. El riesgo de refinanciación también se ve mitigado por el hecho de que una gran proporción de esta deuda en divisas, dos tercios, se mantiene con otras empresas no financieras.