Así lo expone el autor y especialista en estrategias de comunicación y responsabilidad corporativa del país centroamericano que se asentó en Valencia cuando se jubiló por la gastronomía y las «oportunidades» literarias que ofrece España, al que define como un «buen lugar para escribir en lengua española».
Echeverría presenta este jueves en la Embajada de Costa Rica en Madrid ‘Salvación: Estrategias personales ante el cambio climático’, que busca ser una manual sencillo sobre las opciones claras y concisas que tienen los habitantes y consumidores para poner su granito de arena contra la emergencia climática.
En una entrevista con Europa Press, explica que de cambio climático hay «muchas publicaciones», pero la mayoría tratan aspectos generales, de descripción científica o denuncia y «entre todo eso no hay un libro que explique a cada ciudadano de a pie que puede o debe hacer para reducir su huella de carbono».
En la publicación, expone las acciones que cada persona o cada hogar puede adoptar en este sentido aunque admite que la receta no es universal, sino que la publicación se articula en varios ejes sobre los que se plantean diferentes medidas para reducir la huella de carbono de modo que cada persona o grupo pueda diseñar «su propia estrategia para combatir el cambio climático».
A su juicio, aunque la energía y el transporte son cuestiones muy relevante, la alimentación es un ámbito «crucial» que «a la gente le pasa de lejos y es importantísimo». En ese sentido, asegura que si se consiguiera que todo el sistema agroalimentario, que es «el principal emisor de gases de efecto invernadero por encima de la energía y el transporte» redujeran su huella de carbono, los efectos positivos sobre el planeta podrían verse en pocos años.
Echeverría comenta que el gas metano que emite principalmente la ganadería bovina desaparece en 10 años de la atmósfera, por lo que insiste en que actuar en este ámbito puede contribuir enormemente a frenar el calentamiento global. Así, añade que este gas tiene un impacto «brutal», hasta 20 veces peor que el CO2, pero si se reduce su emisión, en 10 años puede doblegarse su curva.
«El ciudadano debe poder interiorizar, con conocimiento, las acciones que están en su mano y hacer cambios a su alcance», incide.
En ese sentido, insiste en que es «elección» del consumidor reducir su consumo de carne, que llega en Estados Unidos, Australia o Argentina a 100 kilos por persona y año. «No es necesario volverse vegetariano, sino reducir su consumo en los países del primer mundo o en los que están en desarrollo pero han adoptado su estilo de vida, mientras que en países de África o Asia, por el contrario necesitan aumentar su ingesta», añade.
Más allá de la alimentación, el autor explica en su libro sencillas pautas por ejemplo en materia de movilidad que pasan desde por reducir la velocidad hasta el tipo de hinchado de los neumáticos.
«El libro aterriza el discurso y la retórica del cambio climático para hacerlo inteligible y accesible al ciudadano para que no se quede solo con las noticias apocalípticas sino que vea de verdad que puede contribuir», expone.
Después de la alimentación, señala que la climatización, tanto frío como calor, en los hogares es el segundo ámbito más importante en el que cada ciudadano o familia puede actuar, seguida del transporte, una cuestión que va más allá de las posibilidades económicas de cada uno de adquirir o no un vehículo eléctrico. De hecho, recuerda que desde que se enciende el motor, el conductor se convierte en contaminador activo y por eso, considera que es muy importante hacer un uso consciente del vehículo.
En definitiva, el libro propone una batería de actuaciones a acometer por los ciudadanos en materia de dieta, energía, climatización y transporte a los que ve con una mayor conciencia después del impacto provocado por la COVID-19. El objetivo de la publicación, reitera, es dar herramientas prácticas para hacer el «necesario e importantísimo» cambio para que este cambio de patrón de vida no resulte «frustrante».
«Cada día vemos más claro el daño que hacemos en los ecosistemas y cómo ese daño se nos devuelve, pero hay una disposición a cambiar: podemos teletrabajar, reducir las interacciones sociales, vemos que podemos hacerlo si observamos que merece la pena», celebra.
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