Conocidos como una temible milicia aymara, fiel al expresidente Evo Morales, los Ponchos Rojos vuelven a desatar temor en Bolivia al plantarse como la «retaguardia» del país en rechazo al gobierno de transición de Jeanine Áñez.
Tras la renuncia de Morales el 10 de noviembre y su asilo en México, este grupo -cuya misión principal es luchar contra los «abusos» de la conquista española- se dispone a elegir un nuevo líder indígena para las elecciones convocadas por el gobierno interino, en las que Morales está impedido de participar.
«Estamos convocando a todas las provincias para el 7 de diciembre», dice Freddy Huanca, un líder de los Ponchos Rojos.
Apenas hay datos sobre la fecha de nacimiento del colectivo, pero sí se sabe que se inició por un grupo de voluntarios en Achacachi, una localidad altiplánica pobre a unos 92 km de La Paz, rodeada por las grandes elevaciones de la Cordillera de los Andes.
«Nosotros los llamamos ‘el terror de Bolivia’, espero que este gobierno sepa contenerlos», asegura María Teresa, una ama de casa de 73 años.
Su primera gran acción colectiva fue en 2003, cuando salieron a luchar contra el Ejército, durante la llamada Guerra del Gas en Bolivia, un conflicto social que acabó con el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
La página web de Achacachi explica el levantamiento: «Nos humillan, nos roban, nos encarcelan y nos matan, y nadie dice ni hace nada».
En algunas ocasiones se han visto imágenes de sus integrantes, portando viejos fusiles máuser usados por sus abuelos o tatarabuelos en la Guerra del Chaco contra Paraguay en la década del 30 del siglo pasado. También usan látigos llamados chicotes, como señal de autoridad.
Esa sensación de injusticia y maltrato es la que sienten con el gobierno transitorio que asumió hace casi un mes con el objetivo de convocar elecciones en Bolivia.
«Actualmente estamos gobernados por los extranjeros», se lamenta Delfín Nina, de 65 años.
«Ellos han estado quinientos y tantos años domesticándonos como animalitos, sacaron a Evo porque era indígena, nosotros vamos a devolver un indígena al poder», añade este hombre vestido con el Lluch’u (Gorro Andino) y el tradicional poncho, para ellos un símbolo de guerra y sangre derramada.
«Vamos a ganar, nosotros somos mayoría», anuncia al recordar que en Bolivia un 60% de la población es indígena.
En el centro de Achacachi, este poblado en el departamento de La Paz a más de 3.800 mts de altitud, hay una estatua dedicada a Túpac Katari, un aymara que enfrentó a los españoles en el siglo XVIII, antes de la fundación del país en el siglo XIX.
Juan Quispe asegura que ahora son «la retaguardia del Estado Plurinacional», denominación del país inscrita en la Constitución impulsada por Morales. «Somos miles y seremos más para defender a Bolivia», advierte este secretario ejecutivo del grupo en Huarina, una pequeña localidad de poco más de mil habitantes a 70 km de Achacachi.
No vamos a pelear por Evo
Más allá de reconocer los logros de Evo Morales durante sus 14 años de gobierno, creen hay que dar vuelta a la página.
«No vamos a pelear por el retorno de Evo, el dio cátedra de cómo gobernar, pero también hubo errores. Nosotros reconocemos errores, Evo también debe reconocerlos», dice Quispe en alusión a las elecciones del 20 de octubre, en las que Morales se declaró ganador en medio de acusaciones de fraude.
Ese mismo día se iniciaron violentos enfrentamientos. La crisis se agudizó tras la renuncia de Morales con protestas de miles de sus seguidores y bloqueos de caminos en casi todo el país. Muchos protagonizados por Los Ponchos Rojos, según las autoridades.
«Este gobierno de transición busca callar a la gente pobre (…) nosotros vamos a buscar un líder nuestro», cuenta Quispe sobre esta elección interna a la que están convocados movimientos indígenas, obreros y campesinos.
El colectivo es temido por reportes de que toman la justicia por mano propia, sobre todo en Achacachi donde desde 2017 no hay policía ni fiscalía.
Muchos habitantes de ese pueblo entran en pánico al hablar del grupo, al que acusan de terribles hazañas como degollar perros de aquellos que consideran opositores. «Son monstruos», dice una indígena en el mercado.
Pero los Ponchos Rojos niegan ser violentos.
«Somos conocidos como vándalos, asesinos o corruptos: no es así», asegura Quispe. «Los violentos son hombres disfrazados con nuestros ponchos», remata.
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