En la Venezuela de hoy, la transición a la democracia se concreta solo en la iniciativa constituyente. En las otras propuestas políticas no está presente el tipo de proceso reinstitucionalizador propio de las transiciones. En la Venezuela de hoy, la transición a la democracia se concreta solo en la iniciativa constituyente. En las otras propuestas políticas no está presente el tipo de proceso reinstitucionalizador propio de las transiciones. A menos –disculpen la ironía- que consideremos a la desinstitucionalización como tal.

Uno podría decir que el planteamiento transicional en Venezuela aún lucha por el espacio que le corresponde. Ni hay una transición, como tantos repiten erradamente; ni ella forma parte del menú arraigado en la política visible.

La propuesta transicional no es la política dominante, ni en el sector opositor ni en el oficialismo. Para el segundo, es su negación. Sin embargo, podría ser una vía válida a sectores afectos al llamado chavismo. Como lo es para la oposición que apuesta por un cambio de fondo de las cosas.

La oposición “institucional” –la de los partidos de mayor votación- es exclusivamente electoralista, en el contexto de un totalitarismo hegemónico. Su vocación reinstitucionalizadora no es evidente. Esa oposición es parte necesaria del sistema castro-chavista.

El oficialismo sigue avanzando su proyecto de fractura, exclusión y dominio totalitario. Representan una política hegemónica extrema, pero en un contexto neototalitario, en el cual resulta necesario un juego opositor formal.

Oposición formal y oficialismo son la yunta prototípica de los neo totalitarismos: dominio totalitario revestido de elecciones solo aparentes. Esta caracterización es de absoluta necesidad en una realidad como la venezolana y muchas otras en el mundo actual. Como lo es la precisión del tipo de salida necesaria.

El fin estratégico de la política nacional –sí hay una nación escondida bajo el dominio de las cifras electorales y las direcciones políticas- se expresa en la necesidad de una institucionalidad favorable a un pacto nacional y un orden jurídico –la trama institucional completa- propios a la acción agregativa de esfuerzos y no a los juegos de suma-cero.

Ése es el cometido transicional. En la Venezuela de hoy la Transición a la Democracia se construye pacíficamente por la vía de un proceso constituyente, que incluye la convocatoria ciudadana a una Asamblea Nacional Constituyente.

Es una vía prolijamente estudiada. Que en Venezuela se maneje en el plano de la banalidad, es otra cosa. Comprende cuatro fases entreveradas –varias veces mencionadas en nuestros artículos- que representan el paso del degredo actual a la recuperación del sentido de nación y a la posibilidad de la consolidación de un país próspero y de vida ciudadana avanzada.

En la situación concreta venezolana es la vía, porque el contraste con la política visible nos lo muestra analíticamente: 1°) la unidad nacional es mucho más que una alianza partidista, 2°) la lucha política conducente al cambio es mucho más que el electoralismo imperante, 3°) la decisión de ir a una transición a la democracia es mucho más que la procura de un simple cambio de gobierno y 4°) la habituación o consolidación democrática que se procura es mucho más que el inicio de un nuevo ciclo de democracia.

El contraste conceptual anterior no deja lugar a dudas.

Otra cosa es no entender la realidad, no saber cuál propósito perseguir y no disponer de la definición apropiada de acciones. O saberlo y decidir, por convencionalismo o intereses, jugar al juego del reparto distributivo o redistributivo propio del sistema político nacional, desde los ya viejos tiempos de la mengua de los proyectos progresistas de los albores de la democracia venezolana del siglo XX.

Sin duda, Venezuela desplegó un largo –aunque incompleto– camino a unas instituciones favorables al progreso y la estabilidad. Comenzó con Cipriano Castro -por contingencias, es verdad- se intensificó en Gómez, tuvo continuidad en López Contreras, siguió agregando condiciones, pero llegó hasta finales de los ’60 y comienzos de los ’70, en los que arrancó la demolición de las viejas bases. No fue casualidad que el país tuviera, desde finales de los ’20, hasta finales de los ’70, ¡50 años de crecimiento y estabilidad virtuosos! y que la demolición en los gobiernos post puntofijistas –Caldera I y subsiguientes- significara la regresión económica y política de la República.

Instituciones firmes, en un comienzo; discrecionalidad y clientelismo, más tarde. País sólido, al principio; país en involución, después. La disyuntiva parece clara: hay que recurrir al expediente de la fortaleza institucional. Que no es gobiernos fuertes; ¡no se confunda! Es instituciones firmes y durables. Eso –eso, precisamente- es la propuesta transicional, expresada en la vía a un proceso constituyente o reconstituyente (si les gusta más así).

La promesa se diferencia netamente de las otras dos. Se trata de recuperar y consolidar el país. No de destruirlo y entregarlo a socios, como la locura actual; ni un simple cambio de caras, como la propuesta MUD. El país comienza a notar la diferencia. Sabe cuál es la vía. Y sabrá escoger la que le conviene.

* Santiago José Guevara García

(Valencia, Venezuela)

sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1

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Santiago José Guevara García*

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