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La presidenta brasileña estuvo apoyada por su antecesor y mentor político Luiz Inacio Lula da Silva

Rousseff vincula su juicio político a un intento de privatizar el petróleo brasileño

Dilma Rousseff, presidenta de Brasil

Gritos, lágrimas y apelaciones a un golpe de Estado caracterizan el maratoniano interrogatorio al que se ha sometido en la sesión de hoy Un fuerte tono emocional está caracterizando el interrogatorio al que durante unas diez horas se está sometiendo hoy Dilma Rousseff ante los senadores brasileños, que en un par de días han de decidir si convertir la actual suspensión temporal de la presidenta electa en un cese definitivo de su cargo. Ya a primera hora de la mañana, han sido los gritos de cientos de seguidores los que han marcado su llegada al Parlamento del país carioca bajo el lema de «Dilma, guerrera de la nación brasileña».

Un tono que ha ido ‘in crescendo’ cuando la presidenta electa brasileña ha negado los cargos con los que se la intenta apartar de la Presidencia, denunciado el proceso de juicio político como un complot y se ha emocionado al vincularlo con uno de los episodios más duros de su biografía. Ya al comenzar su comparecencia, Rousseff comparó la situación actual con la de 1964, cuando el entonces presidente Joao Goulart cayó a manos de un golpe militar.

Del mismo modo, que según su relato, habría una correlación entre el proceso al que está siendo sometida en estos momentos con el que la mandataria carioca sufrió a principios de los años 70 cuando fue condenada por un tribunal militar. También torturada repetidamente en prisión, unos hechos que ha recordado entre lágrimas.

En aquel entonces, como quedó recogido en la que es ya una imagen icónica, Rousseff mantuvo la mirada a los miembros de dicho tribunal. Momento concreto que despejando toda duda sobre el paralelismo que intentaba establecer ha recordado hoy: «Cuando fui condenada por tribunal de excepción miré a los ojos con la cabeza erguida. Hoy no hay prisiones ilegales, no hay tortura; pero hoy continúo mirando a los ojos a quienes me juzgan y pueden condenarme a una muerte política».

De esta forma, la presidenta suspendida señaló que los gopes militares han sido sustituídos por golpes parlamentarios que ahora hacen uso de otro tipo de violencia como es la «moral»; así como del recurso a «pretextos constitucionales para dar apariencia de legitimidad a un Gobierno que asume sin el amparo de las urnas». Una línea en la que ha incidió al remarcar: «Lucho por la democracia, por la verdad por la justicia. Lucho por el pueblo de mi país. Y es por eso que resisto, al igual que en el pasado».

Por ello, en un intento de conseguir al menos los 28 votos que necesita entre el total de 71 senadores, Rousseff les dirigió una apelación directa: «Voten contra el ‘impeachment’. Voten por la democracia». Y en lo que fue quizá su acusación más clara de qué estaría realmente detrás de toda esta operación, señaló: «Lo que está en juego es la soberanía del país, el petróleo y los derechos de los brasileños».

Detrás del «golpe» se encontraría así, según advirtió Rousseff, un intento de la oposición brasileña de proteger los intereses de las clases privilegiadas de Brasil que reduciría el gasto en programas sociales y revirtiría los avances de la última década en la lucha contra la pobreza. Un cuadro de intereses del nuevo Gobierno que, según la dirigente encuadrada en el Partido de los Trabajadores (PT), completaría el de la privatización de activos públicos, incluídas reservas masivas de petróleo que subrayó señalando: «Las acusaciones dirigidas contra mí son meros pretextos».

Unas palabras que recibieron el apoyo de su antecesor y mentor político Luiz Inacio Lula da Silva, quien ha seguido el juicio desde la tribuna, junto a representantes de la vida intelectual y cultural del país como el cantautor Chico Buarque.

A continuación, Rousseff comenzaó a responder uno a uno a las preguntas e intervenciones de cada uno de los miembros de la Cámara Alta que han querido hacer uso de los cinco minutos de los que reglamentariamente disponen para dirigirse a la presidenta y que todavía continúan a cierre de esta edición. Sin embargo, a juzgar por sus palabras, no parece que las tenga todas consigo.

Así, la jefa de Estado brasileña reconoció que existe el riesgo de que efectivamente se esté «a punto de presenciar un verdadero golpe de Estado» que, a su vez, definió como «una violación grave de la Constitución». En cualquier caso, el capítulo final tendrá lugar con la votación de este miércoles en el que 54 votos la apartarían definitivamente del cargo. Según el último sondeo publicado por el diario O Estado de S.Paulo, 53 senadores votarán en su contra de Rousseff, 19 a su favor y nueve no han dado a conocer su posición.

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