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Rafael Berrio

Tormentoso ‘rockero’, prodigioso escritor de canciones y, lamentablemente, rodeado del pernicioso halo de artista difícil, de culto y casi maldito que blinda su trabajo del gran público, el cantautor donostiarra Rafael Berrio, hace años que merece alcanzar el éxito masivo. Tormentoso ‘rockero’, prodigioso escritor de canciones y, lamentablemente, rodeado del pernicioso halo de artista difícil, de culto y casi maldito que blinda su trabajo del gran público, el cantautor donostiarra Rafael Berrio, hace años que merece alcanzar el éxito masivo.

Aunque mucho nos temenos que tampoco le interesa demasiado. Mientras tanto, Berrio sigue entregando a sus incondicionales cada cierto tiempo, discos de cuidada factura, llenos de momentos memorables y de canciones imprescindibles. Instantáneas robadas al tiempo, entre lo cotidiano y lo filosófico que, cuando menos, sirven para redescubrir el inmenso placer de pensar.

Quizá sus inicios, que se remontan a los ochenta, y algunas malas compañías, como la de Poch, el geniecillo de Derribos Arias, o el hecho de no haber formado parte de algunas tendencias dominantes tengan la culpa de esa relativa marginación.

Aunque también es posible que el trabajar de esa forma, más preocupado por aquello que quiere decir que por su posterior repercusión, haya hecho posible esa hondura y esa relevancia que irradian casi todas sus temas.

En estos días, Berrio presenta un nuevo disco, titulado ‘Paradoja’ en el que volvemos a encontrar la habitual excelencia en sus composiciones y esa peculiar combinación entre una estética, casi francófona, en los textos, y la contundencia habitual de sus arreglos.

Hay también algunos otros aromas interesantes en este intenso álbum. Como por ejemplo, el brillo de alguna melodía agridulce que, al menos a mí, me trae a la cabeza el recuerdo de Lou Reed. O esa voz ronca, pero expresiva que parece forjada en la misma herrería que frecuenta Tom Waits.

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