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La venezolana Eliza Arcaya se convierte en la principal empresaria de la milla de oro de Madrid

Eliza Arcaya, una empresaria venezolana que lleva 12 años en Madrid, ha abierto su cuarto restaurante en la capital española, en esta ocasión en la milla de oro. El restaurante Murillo, un local en plena milla de oro de Madrid, junto al Museo del Prado, cuenta con una carta de autor. Los nombres de los platos han sido creados por el mediático Boris Izaguirre, habitual de la zona y amigo íntimo de Eliza Arcaya, una venezolana que hace 12 años trasladó sus negocios de la cuadra gastronómica en Caracas, a la zona más elitista de Madrid, en los alrededores del parque del Retiro y la Puerta de Alcalá.

Los nombres de los platos son casi tan deliciosos como su contenido. Las pizzas llevan nombres de reinas y emperatrices. La primera de ellas es Margarita, reina consorte de Nápoles. Una ensalada también fue bautizada como Cayetana, en honor a la duquesa de Alba, y el pollo al curry lleva el nombre de Ghandi. Murillo se ha convertido en lugar de referencia de los venezolanos en el exilio que acuden a disfrutar de sus brunch con ingredientes criollos los fines de semana. Desde los magnates y banqueros que compraron sus viviendas frente a la Puerta de Alcalá hasta los compatriotas anónimos.

Arcaya llegó hace 12 años a Madrid después de haber perdido buena parte de su patrimonio en el paro petrolero. En sus inicios fundó una empresa de catering, Eatdelux.com, y tiempo más tarde abrió su primera tienda: Baby Deli, un local de comida ecológica para bebés con cursos de formación, talleres y actividades para padres. En el negocio, que ha franquiciado dos tiendas en México, una en Barcelona y una en Miami, está asociada con Carolina Herrera hija.

La marca sufrió serias dificultades porque fue inaugurada en 2007, el año previo a la explosión de la burbuja inmobiliaria española que ocasionó una crisis financiera sin precedentes en los últimos 50 años. Tuvieron que reubicar el local y ahora cuentan con un espacio frente al parque del Retiro. “Cometí algunos errores por no ser de aquí, pero con la experiencia de estos años, siento que conozco mucho mejor al consumidor y ahora estamos preparados para gestionar un local como el Velázquez, con capacidad para 84 personas”, explica Arcaya que intenta contratar, al menos, un 35% de venezolanos en sus locales.

Después de sus tres aventuras empresariales, Arcaya, que en Caracas se asoció con el Héctor Soucy, el experto gastronómico que conducía un programa en Globovisión, emprendió su último proyecto con su amiga Johanna von Müller y el joven chef Guillermo Teixeira, ambos venezolanos. El local, ubicado en el número 17 de la calle Velázquez, cumplía con los requisitos deseados por los socios: calle altamente transitada y enormes ventanales a modo de gran vitrina. En marzo firmaron un contrato de diez años en el local y hace menos de un mes que ha abierto con una oferta que incluye menús a precio razonable (12 euros por persona), una carta de excelente calidad y algún toque local como los tequeños en carta.

El recinto, con un amplio e impoluto espejo, sillas de 20 euros compradas en las afueras de Madrid y un colorido papel tapiz elegido por Carolina Herrera hija, ofrece la impresión de que acumula una tradición de varias generaciones cuando apenas lleva abierto semanas.

Arcaya está convencida que no montará más restaurantes. Las complicaciones de su última apertura, la infraestructura, los permisos, las licencias y las reuniones con asesores fiscales y laborales han hecho que tenga que estar mucho más pendiente del papeleo diario que del servicio. “Es un trabajo muy duro y muy difícil que no recomiendo a ningún venezolano que lo haga si no conoce bien el país con anterioridad”, explica.

Venezuela no la pisa desde hace tres años y está convencida de que su creatividad inversora no regresará al país. Siente que en Madrid ofrece posibilidades para cualquier tipo de proyectos. Pese a las complicaciones, la empresaria prefiere continuar con su apuesta inversora en España, donde ya siente recuperación y donde se ha acostumbrado a trabajar con su red de venezolanos. “Tenemos que apoyarnos mutuamente, como lo hicieron los judíos. Cada vez que un venezolano llega con un currículum, intentamos ayudarlo”, remata.

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