Uno de los aspectos fundamentales de la propuesta de los psicólogos Clara Ospina y Sergio Montoya con respecto a la educación de hijas e hijos, que han denominado: “Ideas útiles para estar mejor en familia”, es la Flexicrianza. Este concepto, como parte de otros igualmente importantes, lo han llamado “apuesta” educativa.
Han estado sometidos al mismo ambiente familiar, con los mismos padres, las mismas normas, la misma historia. ¿Por qué muchos son como la noche y el día? Y si se tienen más de dos, las versiones suelen ser aún más variadas.
Responder esto es complejo, ya que intervienen muchos factores. Probablemente, el más sencillo de entender es el genético. Las características biológicamente heredadas dotan de unos aspectos en común, pero no son exactamente las mismas que las de los padres y madres.
Para decirlo de una forma más simple, la genética otorga ciertos rasgos comunes, pero a la vez provee particularidades. De no ser así, los seres humanos serían clones, de clones, de clones de los primeros seres humanos sobre la tierra.
A esto se le debe sumar el factor ambiente. Es decir, el lugar, la cultura y la familia en la que se nace. Decir ambiente es muy abstracto porque este, como la herencia genética, está lleno de muchos otros elementos que explican las diferencias.
Cuando se dice que han crecido en la “misma” familia, con los “mismos” padres y las “mismas” reglas, se está cayendo en una ilusión.
Cada persona va construyendo en la medida que crece la forma en que entiende y se relaciona con el mundo. Uno de los filtros que utiliza para esa construcción es su exclusiva herencia genética y, a partir de allí, su exclusiva forma de interpretar lo que le está pasando en ese mundo.
Esto significa que los hijos no tienen los “mismos” padres, tienen los padres que cada uno va construyendo en su complejo mundo cerebral.
Cada hija e hijo es diferente porque cada ser humano es el coconstructor de la particular configuración exclusiva que lo hace ser quien es.
De la misma forma, se puede decir que la idea que cada padre tiene de cada hijo es diferente. Esto hace que se relacionen de manera diferente, lo que añade más elementos de diferenciación en el resultado final de sus formas de ser.
Por ejemplo, si en casa la hija se llama “Marianna”, la “Marianna” que la mamá tiene en su cabeza no es la misma que la que tiene el papá. Es decir, la forma de ser es consecuencia de cómo se construye el mundo y de cómo se relaciona con “el ambiente”, cómo se procesan esas influencias y qué síntesis refleja eso en el comportamiento. Esto lleva a la idea de “apuesta” educativa.
En Flexicrianza, esta expresión de “apuesta” hay que entenderla por lo menos desde dos perspectivas, aunque se podrían aplicar todas las que trae el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
Una de ellas se refiere a depositar la confianza en unas personas y en unos criterios en los que se cree que serán beneficiosos en el proceso formativo de las hijas e hijos.
La otra, en el sentido de suerte. Cuando se apuesta, es posible ganar o perder, o que, por lo menos, los resultados no sean exactamente los esperados.
Ospina y Montoya afirman que, aunque se ponga la mayor dedicación, mejores intenciones y mejores habilidades y recursos, la educación de las hijas e hijos puede ser una apuesta porque estos, al ser los coconstructores de su propia vida, procesarán todas esas influencias y sacarán el resultado que quieran o puedan. Dicho de otra forma, no es posible tener la certeza de que el “resultado” se corresponda con lo que se esperaba.
Los psicólogos afirman que la vida no es controlable solo desde lo que pasa en la familia. Todos sus miembros están sometidos a múltiples influencias (además de las genéticas) que multiplican exponencialmente las posibilidades de que, en la educación de hijos, no sean exactamente como se esperaban.
Finalmente, estos autores creen que es importante ser conscientes de que lo que se hace como padres y madres es una “apuesta” porque eso les puede predisponer a replantear conceptos y estrategias de una forma más ágil. Además, puede librarles de la culpa que suele acompañarles cuando descubren que sus hijos se comportan de maneras que ellos no se explican, dejándoles una sensación de dónde se equivocaron.
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¿Por qué en Flexicrianza se habla de apuesta educativa?
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