La chilena Ana Tijoux confiesa sentir pavor ante el objetivo de una cámara. Pero la timidez de una de las raperas más reconocidas de América Latina se convierte en furia cuando entona «Cacerolazo», su último éxito que acompasa la revuelta social en su país.
Tocada con un sombrero morado y vestida discretamente de negro, Tijoux afronta con estoicismo la sesión de fotos en el estudio de la AFP en París. Por una manga de su suéter negro, asoma un tatuaje con la fecha 1977, año de su nacimiento y título de uno de sus álbumes decisivos.
«Me voy a hacer un décimo tatuaje, una América Latina gigante en la pierna», afirma con determinación, una actitud que parece innata en Anamaria, su verdadero nombre de pila.
La revista Rolling Stone la catapultó en 2014 como «mejor rapera en español» por su «dicción precisa y su ritmo infalible», ha estado nominada a varios premios Grammy y puesto banda sonora a la serie «Breaking Bad» y a un videojuego de la FIFA.
Pero desconfía del éxito. «Hay que asumir responsabilidades y el anonimato… es muy cómodo», asegura.
Su vida transcurre por etapas entre Chile y Francia, donde nació de padres exiliados durante la dictadura. Recientemente volvió a hacer maletas y se instaló con su esposo y dos hijos en París.
Desde la distancia, esta rapera, contestataria desde sus primeras canciones, se ha convertido en un referente musical del estallido social en Chile.
Surgió con el regreso de su vecina chilena a París: «Ella hace video y fue como ‘¡ahora!’, y al otro día ya estábamos haciendo el tema en la casa», explica quien asegura crear de manera «desordenada» e «inestable».
Nació así «Cacerolazo», que sobre un fondo de sonidos metálicos de ollas y cucharas, reclama la renuncia del presidente Sebastián Piñera y justifica históricamente la revuelta, desencadenada tras la subida del precio del boleto de metro.
«No son 30 pesos, son 30 años/ La constitución, y los perdonazos/ Con puño y cuchara frente al aparato/ Y a todo el Estado, cacerolazo!», rapea la chilena.
– «Muchos esperábamos esto» –
«Éramos muchos los que esperábamos esta unión de fuerzas y de rabias no escuchadas por años», asegura.
Pero «Cacerolazo» no pretende ser un himno ni una arenga. Son los jóvenes «quienes me arengan a mí. Son ellos quienes despertaron un país completo y los adultos los acompañamos».
Para Tijoux, los estudiantes, punta de lanza de esta revuelta que estalló el 18 de octubre y sigue sin apaciguarse, «están mucho más politizados».
«No vienen contaminados con el miedo con el que venimos nosotros de la dictadura», provocado sobre todo por la «impunidad», argumenta Tijoux, quien ve extenderse la misma respuesta a la desigualdad en otros países de América Latina, como en Bolivia y Colombia.
Para esta rapera, a quien siempre le dijeron que la música debía ser solo entretenimiento mientras ella ya blandía el micro como un arma, este es un gran momento.
«La postura política es lo más lindo que a uno le puede suceder», asegura.
– «Nueva oleada» de artistas –
Tijoux habla poco de su trabajo e influencia, buscando fundirse en algo más grande. «El yoísmo es muy peligroso», asegura.
Preguntada por el poder del rap en una revuelta, defiende que este «solo es una rama más del árbol de la música», que es «rebelde» por definición.
Y la música no es la única corriente artística desempeñando un papel crucial ahora en Chile.
«Va a aparecer una nueva oleada de artistas nuevos», que están traduciendo esta rebelión popular en «una belleza que emociona hasta las lágrimas», asegura, citando a «performers, fotógrafos, artistas plásticos…»
Por su parte, en París, Tijoux prepara un nuevo disco. No tiene «ni idea» de cuándo saldrá.