La ley de convertibilidad del Austral se sancionó en marzo de 1991 y estableció que era necesario crear una nueva moneda, con otro nombre y la leyenda «convertibles de curso legal», que llevaría el cambio a 10.000 australes por cada dólar.
El nombre de esa moneda se decidió el 13 de mayo de 1991 y en octubre, el decreto 2.128/91 diría que el Peso entraría en vigencia el primer día de 1992.
También consideraba «que es conveniente suprimir los dígitos en que el Austral excede al Dólar de los Estados Unidos de América, a fin de simplificar y dar claridad y sencillez al actual esquema de convertibilidad».
La ley de paridad cambiaria fue el resultado de dos procesos hiperinflacionarios, en 1989 y 1990, y logró contener los precios durante el primer año, del 171,7 por ciento de inflación promedio en 1991, pasó a solo el 24,9 por ciento en 1992. Y continuaría bajando.
Sin embargo, la norma imposibilitaba al Banco Central (BCRA) a emitir pesos a menos que la cantidad de divisas extranjeras y oro de sus reservas aumentara.
Así, entre viajes al exterior, comidas fuera de casa y dos vehículos por familia, los argentinos y argentinas perdieron su soberanía monetaria y la capacidad del Banco Central de diseñar políticas en ese sentido quedaron anuladas. El Gobierno sólo podía valerse de los impuestos y la emisión de deuda en el mercado como forma de financiamiento.
La industria argentina, en tanto, no tenía chances de competir con los productos importados, que invadieron todo el país e hicieron surgir las tiendas «Todo por dos pesos», una oda a la distracción consumista que dilapidó el empleo con tasas que fueron del 6,5 por ciento en 1991 al 17,3 por ciento de desocupación una década después.
Según dice a Sputnik el exvicepresidente del BCRA, Lucas Llach, «el principal efecto que generó (la ley de convertibilidad) fue la estabilización de la inflación y el principal problema es que era tan buena que fue difícil salir y, cuando todo el mundo devaluó a partir de la crisis asiática (en 1997), Argentina quedó cara en dólares».
El condicionamiento externo es otro de los factores que muchos economistas señalan como el origen del fin de la ley que igualó al peso con el dólar.
CUASIMONEDAS
El estallido popular de 2001 era inevitable. Además, el déficit fiscal generado en los 90 trajo otro problema, otra vez discutido en estos días: la deuda externa.
Sólo la deuda pública, que ya era de 60.048 millones de dólares en 1991, se elevó hasta los 144.200 millones de dólares en 2001, un 105 por ciento.
El fin de la ley de convertibilidad que alumbró al peso terminó el 6 de enero de 2002, cuando fue derogada por el entonces presidente Eduardo Duhalde (2002-2003) para que Argentina recuperara su soberanía monetaria y pueda diseñar estrategias de recuperación.
El peso no perdió su lugar, pero fue rodeado por las cuasimonedas, el nombre que se le dio en la calle a los bonos emitidos por el Gobierno nacional y 15 provincias y con los que se pagaron, incluso, hasta salarios.
Lecop, Lecor, Patacones, Federal, Huarpes y Quebracho son sólo algunos de los nombres de las primas del Peso, que sostuvieron el consumo e hicieron girar nuevamente el círculo de la economía argentina, antes de la llegada del kirchnerismo y, con él, una leve recuperación del empleo y el pago de la deuda.
Sin embargo, el peso siguió perdiendo terreno ante el dólar, y otras monedas, hasta llegar a las 99,50 unidades por cada dólar, según acusó el cierre del jueves.
Consultado sobre la inestabilidad del peso, Llach responde que «eso y preguntarse por qué Argentina tiene inflación son dos preguntas idénticas». «Es un país cuyo estado ha gastado siempre a tope y financiado este gasto con emisión y cuando tenés una inflación muy alta salir es más costoso de lo que parece», señala.
La misma inflación también lleva a los argentinos a elegir otras monedas, y no importa si el Peso se viste de seda. Para los ahorristas, Peso queda.
La moneda oficial argentina fue emitida en cinco distintas series, la primera de ellas en 1992, y la más reciente en 2016, año en el que se decidió reemplazar las imágenes de personajes destacados de la historia por motivos de la fauna autóctona argentina y regiones del país.
«Cuando sacamos los billetes de los animales, hay un animal muy característico en Argentina que generó mucha polémica: queríamos poner un cóndor pero se lo vinculaba a los fondos buitre y el Plan Cóndor (de la dictadura militar). Finalmente lo usamos, pero con la condición de que no sea el billete más alto», recuerda Llach, que en ese entonces estaba en directorio del BCRA y firmó la impresión del ave carroñera en los billetes de 50 pesos.
Para el economista, «Argentina necesita un cambio en su régimen de fabricar moneda, puede ser con esta o con otra, pero una idea sería vincular la moneda argentina a monedas del continente, que tiene por lo menos seis monedas estables y de alguna manera, comprarles estabilidad».
Otras herramientas para fomentar el ahorro en moneda local podrían ser instrumentos indexados de inversión, con tasas de interés más altas. Sin embargo, el Peso sabe que, de una u otra forma, le será difícil levantar su imagen y ganar confianza en el país de las vacas, donde viven millones de personas que ya se quemaron con leche más de una vez.
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El peso argentino, una moneda con 30 años de tropiezos
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