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Javier Cuenca

Javier Cuenca

Cuando se acerca el otoño suele ser inevitable lamentar el paso del tiempo y añorar el fulgor lejano de los paraísos veraniegos perdidos. Así que conviene buscar remedios contra la melancolía. Yo les recomiendo uno: busquen a Javier Cuenca y capturen sus canciones. Van a sentirse mejor. Cuando se acerca el otoño suele ser inevitable lamentar el paso del tiempo y añorar el fulgor lejano de los paraísos veraniegos perdidos. Así que conviene buscar remedios para blindarse contra la melancolía. Yo les recomiendo uno: busquen a Javier Cuenca y capturen sus canciones. Van a sentirse mejor, se lo aseguro.

No es difícil, además, disfrutar de las propiedades medicinales que poseen las canciones de este compositor, cosecha de la generación de los noventa. Basta con acercarse a uno de esos locales oscuros y entrañables, como Libertad 8, donde todavía, un día sí y otro también, tiene lugar la ceremonia mágica de la música en directo.

Sale barato oír a Javier. El precio de la entrada y un par de cervezas y, a cambio, el interesado puede volver a encontrar el brillo de esas noches madrileñas, de cenas, cines de arte y ensayo y clubs, en los que enamorarse y bendecir la vida.

No hay nostalgia en las fascinantes ciudades en las que suceden las historias que narra este artista. Pero sí se intuye, el rastro de un tiempo feliz, en el que algunos fuimos más ingenuos, y creíamos que el amor se parecía a los escarceos de Belmondo con Jean Seberg, en aquella escapada que filmó Goddard y vimos en los Alphaville.

No es la única joya que podrán encontrar en ‘Cine Francés’, su último disco aparecido hace ahora un par de años. Un elegante compendio de lo mejor de este artista, producido por Gonzalo Lasheras, que resulta una introducción perfecta para adentrarse por primera vez en el universo sonoro de Cuenca.

Un mundo de damas sin caballeros andantes, noches gozosas y viajes emocionales. Un universo donde las chicas en patines bailan la música de Bach y los pájaros de los alpes pueblan las postales de los paisajes urbanos de nuestros sueños. Y también amigos, un lugar en el que no hay tristeza que perdure frente el poder de una buena canción.

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