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Caracazo II

La sequía es excepcional y el fuego explota por todas partes. Para completar, la imprevisión y la incapacidad hacen escasa o ausente el agua para sofocar. La canícula aprieta. E incita. La sequía es excepcional y el fuego explota por todas partes. Para completar, la imprevisión y la incapacidad hacen escasa o ausente el agua para sofocar. La canícula aprieta. E incita.

La economía, los servicios y los derechos están en profundísima crisis y ya la liquidez (monetaria) no sirve de remedio a lo económico: no hay capacidad de respuesta ni de la producción ni del corrupto y entorpecedor sistema de control de cambios. Igual, para el resto de las instituciones y casi todos los problemas.

El desabastecimiento y el intencional racionamiento de bienes y servicios indispensables (dólares, en un país importador; bienes diversos; electricidad y agua) completan el panorama. La gente está molesta. Muy molesta.

El colapso energético total es una terrible posibilidad. En un país pletórico de energía es, por decir lo menos, inmerecido. El sistema basado en la Represa de Guri y el Río Caroní todo –orgullo de la era democrática- ha sido irresponsable y negligentemente descuidado. Igual, todo el sector eléctrico. Incluso los generadores de las refinerías de petróleo.

El régimen lo sabe. Y también que sin Guri no es técnicamente posible mantener la carga eléctrica necesaria al estándar mínimo de consumo, actividades económicas y la trama de relaciones entre todas las actividades nacionales. “El interior del país quedará sin agua si colapsa Guri”, es un titular del día de escribir este artículo.

El manejo castro-chavista, con su sinuosa y cínica comunicación corporativa pretende informativamente excluir a Caracas de las penurias y consecuencias del colapso. Como si fuere técnicamente posible en un sistema altamente imbricado de muchas maneras.

Quiere creer la ilusa y engañosa idea de que el fuego sólo comienza por una única parte. O que estamos montados en un barril de pólvora de una sola mecha. Muchos meses de pequeñas y medianas explosiones pueden ser una válvula de escape –ilusión del régimen- o el preludio de estallidos mayores.

Los asaltos, robos, secuestros y homicidios se ubican en cifras astronómicas.

La crispación política y social y el resentimiento son arquetipos de conducta y política de Estado. Hay odios y rabias contenidas por doquier y la realidad de la violencia abierta. La destrucción del tejido social es ariete de cambio. El odio y la enemistad, elementos principales de diferenciación social.

Esas y otras situaciones indeseadas ubican a Venezuela en la puerta de un futuro cargado de acechanzas. En pólvora rodeada de fuego.

Hoy en Venezuela se tiene dos certezas: que cualquiera de los factores negativos presentes, en el contexto conflictivo presente, puede ser el causal de nuevas situaciones de crisis y que la dramática realidad del racionamiento y la posibilidad del colapso contienen una alta carga detonante.

Las elecciones parlamentarias de septiembre, ya en fase de campañas internas, actúan, en buena medida, como atenuante. La mayoría aún las entiende como un instrumento de cambio. Pero, los más analíticos las definen en términos de un escenario necesario, aunque expuesto a riesgos y acechanzas explosivas.

Entre la terrible realidad de deterioro crítico de la vida y la esperanza y la presencia de estímulos de alto riesgo se mueve la dinámica política de los días que corren.

El Caracazo de 1989 sucedió, para la anecdótica, por un alza ridículamente baja del precio de la gasolina y su consecuente impacto en las tarifas del transporte público.

Ahora, la inercia alcista de los precios es general y crónica. Junto con ello, la contracción y desmantelamiento de la producción y el cuadro de problemas generales, mucho peor.

Entorno conflictivo, pésima conducción, riesgos ciertos, resultados dramáticos en la situación de las mayorías abonan el camino a un escenario espeluznante: ¿Caracazo II?

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