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Gato Pérez

Gato Pérez

Ayer, Gato Pérez habría cumplido 65 años. Y aunque ya no esté entre nosotros su hija Jessica quiso hacerle -hacernos- un regalo. Por eso inauguró una web dedicada a preservar el inmenso legado sonoro del genial artista bonaerense que hizo su carrera en Barcelona. Ayer, Gato Pérez habría cumplido 65 años. Y aunque ya no esté entre nosotros su hija Jessica quiso hacerle -hacernos- un regalo. Por eso inauguró una web (www.gatoperez.cat) dedicada a preservar el inmenso legado sonoro del genial artista bonaerense que hizo su carrera en Barcelona.

Gato era un músico de vanguardia en la década de los setenta del pasado siglo, instrumentista solvente y de mente creativa, capaz de navegar sin perder el rumbo por las músicas de vanguardia de la época, desde el folk-rock dylaniano a la fusión jazzera que practicó en bandas tan potentes como Sio Bio o Secta Sonica.

Pero a Gato se le recuerda sobre todo por haber ‘dignificado’ el ventilador, el rasgueo de guitarra en el que se basa todo el entramado rítmico de la rumba catalana, esa ‘máquina de hacer bailar’ cuya invención unos atribuyen a Antonio González, el ‘Pescaílla’, célebre sobre todo por ser el marido de la gran Lola Flores, y otros al rey Peret.

Gato se hizo cargo de aquella música devaluada por el uso y las connotaciones políticas, pero llena de la riqueza que sólo aportan los años del favor popular, y construyó a partir de ahí un universo sonoro monumental, personalísimo y absolutamente expresivo que, en algún momento, hasta le permitió convertirse en un personaje del gusto del gran público.

Aunque ya se sabe que el éxito es esquivo y no dura para siempre. Lo que sí permanece, y ahora lo hará con ayuda de la magnífica web construida en su honor de la que hablábamos al principio de este artículo, es la inocencia irónica y socarrona de los textos de unas canciones que ayudaron a que se expandiera el universo temático de la rumba, cuyos límites quedaron inmediatamente obsoleto.

Porque además de ser un músico fuera de serie, Gato era un escritor bendecido por el don de la inspiración, un cronista fiel a la subjetividad de su mirada sin miedo a ocuparse de todo lo que le rodeaba y muy certero a la hora de dibujar esos paisajes urbanos, a veces felices y a veces desoladores, en los que transcurrió su vida.

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