Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

EL NUEVO MODO

Economía II

La economía en la obra seminal. Al abordar un campo –en este caso, la transición a la democracia- resulta necesario ir a las fuentes. Me incluyo, junto con muchos, en los que reconocen a Dankwart Rustow como el autor de la obra seminal. La economía en la obra seminal. Al abordar un campo –en este caso, la transición a la democracia- resulta necesario ir a las fuentes. Me incluyo, junto con muchos, en los que reconocen a Dankwart Rustow como el autor de la obra seminal. Llena, por lo demás, de alusiones a la relación de nuestro interés en esta serie.

El objeto de nuestra revisión es, como dicho, la observación de la relación entre la economía y su manejo, por un lado, y los procesos políticos para la transición y la consolidación de la democracia, por el otro.

En “Transitions to Democracy: Toward a Dynamic Model”, de 1970, la economía, los negocios y la prosperidad económica están presentes a lo largo de la obra; aunque, como firmemente establecido, la preocupación y objeto de tratamiento principal en ella es la política como mecanismo de potenciación democrática de lo social y lo económico.

Con base en Lipset y otros, Rustow relaciona la estabilidad democrática con unas ciertas condiciones económicas y sociales previas favorables. Esa estabilidad no debe ser confundida con la estabilidad política resultante de casos como el chino o vietnamés de la llamada “Transición del Comunismo al Mercado”. Nótese bien: pasar de la planificación central o el estatismo a sistemas basados en el mercado no implica la búsqueda de la democracia como forma de gobierno.

Lo económico –no de cualquier forma, que quede claro- forma parte, entonces, de las tareas para el logro de la democracia consolidada. Pero, de forma apropiada, pues –insistimos- las formas valen. Algo ya hemos escrito sobre el problema y será objeto de artículos posteriores. Son el centro del interés de esta serie.

Lo económico, sin embargo, abona a lo político. Esto se ve expresado en la afirmación de Rustow en el sentido de que “para promover la democracia se debe antes fomentar demócratas, quizás con la predicación, la propaganda, la educación; o, quizás, como un subproducto de la creciente prosperidad”.

Dos derivaciones de lo anterior para un país como Venezuela son: 1) que los objetivos y resultados del modelo de crecimiento y riqueza y la prosperidad creciente en el largo plazo son un prerrequisito para una democracia consolidada y 2) que ello, conocidas las dos experiencias de la era petrolera, de ya cien años: una, con instituciones económicas de cierta firmeza, hasta finales de los ’60 o comienzos de los ‘70 y, otra, con el predominio de la discrecionalidad, desde entonces hasta hoy, no producen el mismo resultado en el largo plazo, en razón –ésta es una conclusión que desde ya conservamos- de la calidad de las instituciones generales y específicas a lo económico. La consolidación de una democracia no es asunto para rentistas, populistas, estatistas o especímenes parecidos.

La más importante referencia a la economía en el plano normativo-estratégico la hace Rustow, con base en Hirschman, cuando asume tanto para lo económico como lo político, que no debe intentarse todas las tareas a la vez, sino “la elaboración de una secuencia manejable de tareas”; o sea, una cadena de “vínculos” en el tiempo.

La propuesta es un alegato a favor del gradualismo, lo cual revisaremos, en artículos posteriores, en el contexto de la discusión, mucho más reciente y con evidencias econométricas, en el campo de la “Transición del Comunismo al Mercado”, desarrollada a partir de los ’90 del siglo pasado.

La transición se caracteriza –diversos casos nacionales lo mostraron- por un conjunto de tareas relacionadas secuencialmente y netamente diferenciadas en cada una de ellas. Y en todas ellas manda lo político.

Una conclusión, para economistas, tiene que ver con la negación de la posibilidad de una sobredeterminación de lo económico sobre lo político. Sin extremismos en la conclusión, lo económico sirve a lo político y no lo contrario. Los colegas que se planteen extrapolar a procesos transicionales programas o planes para fines de corrección macroeconómica o estructural se quedan cortos en sus propuestas. Por más de una razón. Es de cuidar la plena orientación y contenidos transicionales.

Cada fase de la transición a la democracia, entonces, tiene sus actores y tareas diferenciadas. Cada una exige manejos diferentes. Una hoja de ruta mínima es necesaria. Eso implica y exige no solo continuidad política, sino sobre todo, en lo estratégico, una capacidad institucional nueva para bosquejar una secuencia de acciones.

El capítulo 6 de nuestro libro “Tesis Avanzadas sobre Transiciones a la Democracia”, contiene algunos planteamientos sobre una solución institucional para el manejo del largo plazo.

De la misma forma, los capítulos “Viabilización de la Transición Democrática” y “Programa de Acción a varios lapsos” del libro “Venezuela Postchavista. Prospectiva y Política”, de 2.010 contienen bases conceptuales, orientaciones y algunos contenidos para tal secuencia.

Un aspecto esencial, el cual aparece reiteradamente en la obra es la referencia al tipo de proceso integral que debe suscitarse para una tendencia firme a la consolidación. Con base en Harry Eckstein, Rustow ha propuesto una teoría de «congruencia»: hacer la democracia estable por la vía de ”las estructuras de autoridad en toda la sociedad, como la familia, la iglesia, los negocios y los sindicatos” (que) deben probar (que) lo democrático es la forma más directa y efectiva de incidir sobre los procesos de gobierno.

Nada que ver, entonces, con electoralismo. Sí con vaciamiento político del autoritarismo. La transición es construcción y lucha. Construcción de buenos y progresivos consensos, lucha prolongada, decisiones de fortalecimiento social e impregnación del cuerpo social con democracia.

Santiago José Guevara García

(Valencia, Venezuela)

[email protected] / @SJGuevaraG1

Más información

Scroll al inicio